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Actualizado: 2 de junio de 2025


Estaba Sabel fresca y apetecible como nunca, y las floridas carnes de su arremangado brazo, el brillo cobrizo de las conchas de su pelo, la melosa ternura y sensualidad de sus ojos azules, parecían contrastar con la situación, con la mujer que sufría atroces tormentos, medio agonizando, a corta distancia de allí. Hacía tiempo que el marqués no veía de cerca a Sabel.

Su negativa tenaz indignaba a aquellos hombres; la voz melosa del criollo se atiplaba por la ira, y entre amenazas y blasfemias abalanzábanse todos sobre él, y comenzaba la caza del hombre por toda la mazmorra, cayendo los garrotes sobre su cuerpo, alcanzándole lo mismo en la cabeza que en las piernas, acosándolo en los rincones, siguiéndole cuando con un salto desesperado pasaba al muro opuesto, abriéndose camino con la testa baja.

¿Qué caballeros? replicó vivamente Barragán, acometido de inexplicable inquietud. No se alborote, padre, somos nosotros pronunció una voz juvenil y melosa con dejo americano. Al oír esta voz fue precisamente cuando se alborotó el paisano. Dio un salto como si le hubieran pinchado y avanzó dos pasos hacia la puerta con los brazos extendidos como si fuera a cerrarla violentamente.

E inclinándose hacia Ana, añadió en voz baja y melosa: ¡Mírele usted, está hoy lo que se llama hermosísimo ese apóstol de los gentiles! ¡Qué roquete! Parece de espuma.... En el nombre del Padre..., del Hijo... y del Espíritu.... Santo... Pero, ¿y si él se empeña en que vaya? Es muy débil... si insistimos, cederá. ¿Y si no cede, si se obstina? Pero, ¿por qué? Porque... es así.

Miguel quedó un poco cortado ante aquel examen, y le pesó de haber aconsejado a la generala su traslado. Después procuró captarse su amistad; tomolo de los brazos de aquélla, y lo sentó sobre sus rodillas; le acarició suavemente sus cabellos ensortijados y le dio un beso sonoro en la mejilla. ¿Me quieres? le preguntó con voz melosa. El niño le miró fijamente con ojos serenos y graves.

Se alejó el duende mestizo rascándose por debajo de la suelta camisa el grueso botón de su panza achocolatada. Poco después volvió á aparecer, y con su vocecita cantarina y melosa de indio anunció á Watson: Mi patroncita dice que se vaya, y que no quiere verle más, porque es usted... porque es usted muy feo.

Eran ambos de continente severo, rostro lampiño y mirada que apareciera humilde si no fuese por lo tenaz, reveladora de una voluntad poderosísima. Tenían mansedumbre en la voz, daban a sus palabras el acento de una afabilidad melosa y persuasiva, pero a veces sus pupilas parecían incendiarse en el rápido e involuntario fulgurar de una energía indomable.

Entró, y al volverse hacia el portal, para cerrar la puerta que dejaba atrás; vio que entraba en su casa un fantasma negro, largo; que paso a paso, por el portal adelante, se acercaba a él y que se le quitaba el sombrero que era de teja. ¡Mi señor don Víctor! dijo una voz melosa y temblona.

A los pocos días, una tarde que Masicas había estado muy melosa, le contó a Loppi muchos cuentos y le acabó así el discurso: Pero, Loppi mío, ya no piensas en tu mujercita: comer, es verdad, come mejor que la reina; pero tu mujercita anda en trapos, Loppi, como la mujer de un pordiosero. Anda, Loppi, anda, que la maga no te tendrá a mal que quieras vestir bien a tu mujercita.

Aparte estos frecuentes nublados, la favorita no intervenía más que en los quehaceres de su cargo, sin despegarse de las niñas, a quienes acompañaba a la iglesia, tan melosa y solícita, que ellas no podían sufrirla.

Palabra del Dia

rigoleto

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