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Actualizado: 28 de junio de 2025


¡De todos modos, D. Facundo!... , , te concedo que esa mujer obra mal; pero bien examinadas y bien pesadas todas las circunstancias, no es tan perversa, de seguro, como te imaginas. Miguel guardó silencio y se puso a meditar sobre las palabras de Hojeda, mientras caminaban emparejados hacia el centro de la villa.

Ese gran drama del mar, permanente en su espíritu, pero variable en sus formas hasta lo infinito, es un misterio supremo que seduce, fascina, embarga los sentidos y obliga á meditar.

Pero era preciso meditar, trazar un plan, ver la manera más fácil de unirse á ella. Clara era huérfana, él pobre. He aquí dos contratiempos ocurridos desde el principio. ¡Ah! Pero él trabajaría; sería activo, ingenioso, astuto. Bien sabía él que tenía talento. ¿Pero debía ser un simple agricultor? No: eso era poco para él. Debía ir á Madrid, hacerse oír, buscar un nombre, un puesto.

Es cierto; y eso precisamente me obliga a meditar mucho. Yo soy muy rara de carácter. No quiero que nadie me ame por conveniencia, y me repugna también que alguien imagine que la conveniencia influye en el amor mío. Si yo me casase con D. Jaime, pobre como soy, ¿no podría alguien imaginar que me excitaban a este enlace el afán de salir de Villafría e ir a Madrid, la posición del novio, sus grandes esperanzas, y hasta las mismas ventajas materiales de que ya goza?

Don Jaime dió otro paseo por la sala, se detuvo en el medio a meditar unos instantes, y concluyó por hacer un gesto de desdén con los labios, levantando al mismo tiempo los hombros. Luego vino hacia doña Paula y le preguntó: ¿Su marido tiene conocimiento del paso que usted acaba de dar? No, señor..., y me alegraría de que pudiera arreglarse todo sin que él se enterase... Perfectamente.

Los cuatro años de vida placentera le habían hecho olvidarse de entrar en mismo, recordar su historia, meditar sobre lo presente y lo porvenir. Al tropezar con aquellos restos de su familia despertaron súbitamente en su alma mil recuerdos dolorosos y alegres de la infancia, presentimientos y dudas que le tuvieron por algún tiempo melancólico.

El Magistral al recordar este pasaje del discurso del Arcipreste se acordó también de que él se había puesto como una amapola. «¡Lo mejor será que ustedes se entiendan!». En esta frase que don Cayetano había dicho sin asomos de malicia, encontraba don Fermín motivo para meditar horas y horas. Toda la noche había pensado en ello.

En este estado se le excita la pasion, ó el deseo de lograr lo que lee, ó sabe haber logrado otras personas piadosas, es á saber, hablar con Dios; y continuando Lusinda en meditar las mismas cosas, la pasion va creciendo al paso que crecen las imágenes que hay en la imaginativa.

Mas, después de meditar un poco sobre ella, comprendió que había de causar malísimo efecto en el pueblo, porque al cabo era su familia. Arrojarse él en persona a perseguirla judicialmente y arruinarla iba a parecer un acto de crueldad inusitado, y le haría desmerecer en el concepto de los vecinos. Entonces imaginó una gran bellaquería.

Luego volvió a acostarse, apagó la luz y se colocó cómodamente para meditar quizá sobre el contenido del mencionado documento, y para dormir al fin. A la mañana siguiente Inesita y don Braulio, mientras que doña Beatriz, menos madrugadora que ellos, estaba aún en cama, tuvieron una larga conversación acerca sin duda de la carta de Paco Ramírez.

Palabra del Dia

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