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Actualizado: 28 de mayo de 2025
¡Pshe! respondió don Claudio después de meditar un instante y comprendiendo, por el tono de la pregunta y por el aire de Bermúdez al hacerla, adónde iba a parar éste con el asunto en aquella ocasión ; algo, algo, no era difícil de notar: ya ve usted, a perro viejo... Pero cuando me convencí de que lo había, y mucho, quizá sin haberlo notado ninguno de los dos, fue cuando él, espantado con la idea de que pudiera llegar a oídos de usted la noticia del suceso que Nieves le ha referido hoy, me buscó para referírmele a mí en el mayor secreto, ¡Qué cosas adiviné entonces, don Alejandro! y francamente, ¡qué grandes y qué hermosas y cuán de admirar en aquel noble y valiente muchacho!
No poco gustaba ella de sentarse en algún poyo rústico o de pararse a meditar al pie de corpulento roble, cuyo añoso tronco estaba revestido de trepadera yedra y de madreselva olorosa. Pero todo esto era para después y como recurso y consuelo.
Por su parte, Lorenzo pretendía meditar sobre su estado mental, luchando sin éxito con la incoherencia de sus ideas, en uno de esos curiosos estados de conciencia en que la voluntad parece desmayar a cada impulso y en que sólo se destaca nítido y claro el falso convencimiento de una enfermedad imaginaria.
Cuando me paro a meditar acerca de la virtud en grado heroico se me ocurre un pensamiento que me apesadumbra bastante. Verdad que hay aún, y seguirá habiendo de seguro, guerras civiles e internacionales, revoluciones violentas, pestes, enfermedades y otra multitud de plagas con que Dios quiere y puede probar y ejercitar nuestra paciencia.
Ardiente y grave a la vez, como trasunto del genio de su autor, era uno de esos valses que arrebatan y a la vez invitan a meditar. Amaury hacía lo posible para sostener a Magdalena; pero a las pocas vueltas notó que flaqueaban sus fuerzas y le dijo con cariñoso interés: ¿Quieres sentarte a descansar, Magdalena? ¡No! ¡no! contestó la hija del doctor.
Lejos del grupo de mis amigos, echéme sobre el suelo, aguardando la aurora, sin poder ni querer cerrar los ojos; y allí me puse a meditar sobre lo que desde mi salida de Madrid había visto y oído: ¡Cuántas personas nuevas para mí había encontrado en aquella breve jornada de mi vida! ¡Con cuánto afán, meditando a solas y mirándolas al lado, preguntaba a los caminantes si tenían alguna noticia de lo que me reservaba el Destino!
El caso tuyo insistió don Santiago, queriendo atenuar el efecto causado en el hijo por las durezas de la madre , no es para resuelto en cuatro palabras en un momento de fiebre como la que te abrasa ahora, hijo mío, de pies a cabeza: es para meditado en frío y con calma..., cómo le has de meditar tú seguramente, tomando los puntos donde deben tomarse: no en las alturas de la pasión, sino abajo, abajo en este pícaro suelo que se pisa, y entre la gente con quien uno se codea en cuanto sale de casa.
La Delfina la había ofendido y ultrajado, cuando ella no hacía más que contarle a la santa sus penas y el conflicto en que estaba. Por fin, a fuerza de meditar en ello, amasando sus ideas con la tristeza que destilaba su alma, empezó a prevalecer la afirmativa. Cierto que debía pedirle perdón por el intento que tuvo de arañarle la cara, ¡qué barbaridad!, y por las palabras que se dejó decir.
Elena empezó a meditar. Aquella cabecita ligera, evaporada, principió a darse cuenta vagamente del carácter de la gente que la rodeaba, sobre todo del carácter de su amante. Este había principiado por mostrar con ella un desinterés desdeñoso, susceptible, que aun haciéndola sufrir un poco no dejaba de lisonjearla en el fondo.
He vuelto á inclinar la cabeza á meditar: ¡ay! y he sentido una amargura inmensa al observar que no eran los sentidos sino la imaginacion lo que habia puesto entre mi cuerpo y la naturaleza ese velo de la historia y la poesía. He recogido mi alma y escuchado en silencio.
Palabra del Dia
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