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Actualizado: 28 de junio de 2025


Pero el tono solemne del doctor, la gravedad de sus palabras, el sagrado nombre de Magdalena, le hicieron meditar, y cuando se encontró solo en su cuarto, permaneció un rato inmóvil, recogido en mismo, pareció luego volver a la vida que poco antes quería abandonar tan decidido y al fin, levantándose, púsose a pasear por la estancia, asaltado por la ansiedad y las dudas que embargaban su espíritu.

Apoyó el brazo sobre el velador, dejando caer en la mano su adorable cabeza, y después de meditar un momento preguntó a Pedro, cubiertas de rubor las mejillas, si le causaría invencible sonrojo aceptar una no abrumadora ocupación que pudiera añadir a sus medios serios recursos.

El viejo lanza por entre sus dientes un salivazo negruzco, medita un instante y murmura: ¿Por qué no lo he de reconocer? ¿Y qué tal te encuentras? El viejo vuelve a meditar, se rasca la cabeza y dice: ¿Cómo me he de encontrar?

Lejos de darse a ellos, como hubiese hecho cualquier adorador impaciente y conste que la impaciencia es el error que malogra más victorias amorosas , don Juan se recogió a reflexionar con frialdad sobre la situación, ni más ni menos que podría un filósofo meditar sobre la ruina de un imperio.

Yo no las echaba en saco roto precisamente; pero el caso, para , era de meditarse mucho y, por eso, entre alegar él y meditar y responderle yo, se fue pasando una buena temporada. La primera carta en que trató del asunto fue la más extensa de las ocho o diez de la serie.

Facundo había ganado una de esas enramadas sombrías, acaso para meditar sobre lo que debía hacer con la pobre ciudad que había caído como una ardilla bajo la garra del león. La pobre ciudad, en tanto, estaba preocupada con la realización de un proyecto lleno de inocente coquetería.

He tenido en mi mocedad un recuerdo vago de aquella vida, y ahora, á fuerza de meditar, puedo verla clara. Yo fui sacerdote en Egipto, ¿se entera usted? allá por los años de que yo cuántos... , señor, sacerdote en Egipto. Me parece que me estoy viendo con una sotana ó vestimenta de color de azafrán, y unas al modo de orejeras que me caían por los lados de la cara.

Estas reflexiones debía hacerse el pobre viejo delante de aquella cuna que en cuatro meses había hastiado a la madre, ebria por los placeres del mundo, sedienta de lujo y de amantes. Al ver a su hijita dormida, el buen viejo debía meditar con tristeza en su porvenir. ¡El no la alcanzaría mujer tal vez!

El Rey Venturoso reunió un gran congreso de sabios a fin de que averiguasen, so pena de incurrir en su justa indignación, quién era y dónde vivía el pájaro verde, cuyo recuerdo atormentaba a su hija. Cuarenta días y cuarenta noches estuvieron lo sabios reunidos, sin cesar de meditar y disertar sino para dormir un poco y alimentarse.

Recuerdo la ribera do á meditar yo iba Y el árbol perfumado que sombra me prestaba, Recuerdo los momentos en que se deslizaba Mi vida por un lago sereno de placer.

Palabra del Dia

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