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Actualizado: 20 de junio de 2025


875 Esta me da con el pie, aquella otra con el codo: ¡ah, viejas, por ese modo, aunque de corazón tierno, yo las mandaba al infierno con oraciones y todo! 876 Otra vez, que como siempre la parda me perseguía, cuando yo acordé, mis tías me habían sacao un mechón al pedir la estirpación de todas las herejías.

Popito saltó entre los negros matorrales de la cabellera, buscando un lugar á propósito para sentarse. Agárrese con fuerza á un mechón dijo Gillespie . No tema hacerme daño. Todo lo que venga de usted es para una caricia. Después de estas palabras galantes, añadió: Viajará usted un poco sacudida, pero la primera parte de nuestra expedición conviene que sea rápida.

¡Jesús!, ¡canas!... Me río tontamente del apuro de usted por una cosa que tenemos tan de sobra... Vea usted mi cosecha, Sr. D. Francisco. Tomó Bringas el blanco mechón, y juntándolo a los demás, oprimiolo todo contra su pecho con espasmo de artista. Tenía, ¡oh dicha!, oro de dos tonos, nítida y reluciente plata, ébano y aquel castaño sienoso y romántico que había de ser la nota dominante.

En cuanto la monja salió, alzóse vivamente. Y sacando unas tijeras, cortó un mechón de cabellos de la cabeza de su cuñado, que ocultó en el seno. Cortó después de los suyos otro, y temblorosa y agitada, lo metió entre las manos cruzadas del cadáver. Luego le contempló un instante. Y bajando la cabeza, cubrió de besos aquel rostro inanimado. Los primeros y los últimos que le daba.

Es, ó era, porque en el campamento se habló hace poco de su muerte, un viejecillo chiquitín, con ojos muy grandes, nariz encorvada y un mechón de pelo blanco en la barba. La primera vez le sacamos diez mil ducados, pero gritó y se enfureció de mala manera. La segunda entrevista fué para pedirle veinte mil ducados más, y te aseguro que armó un cisco feroz.

Escucha, hijo mío; en una cajita de hierro encontrarás un mechón de pelo: es de mi pobre hermana; encontrarás también un viejo cinturón: es el que mi padre llevaba cuando le mataron: quema ambos objetos. Lo demás te pertenece, todo, hasta el saquito que te hará dueño del judío de Tánger, si es que tienes el capricho de volver por allá. Pero ¡no poderle salvar! ¡ver su agonía, sus sufrimientos!

En 1760 el Asistente, D. Ramón Larrumbe, dando una prueba de cultura, volvió á tomar disposiciones sobre el asunto, y el día 27 de Octubre se fijó é hizo publicar un bando en el cual se leen estos párrafos: «Manda el señor Asistente que todos los vecinos de esta ciudad, barrio de Triana y sus arrabales, desde 1.º de Noviembre próximo hasta fin de Abril del año que viene, pongan faroles en lo exterior de las casas, que den luz á las calles y pasos públicos; lo que han de ejecutar desde media hora después de oraciones hasta las once de la noche: pena al que contraviniere lo mandado, de dos ducados por la primera vez, cuatro por la segunda y ocho por la tercera, aplicándose dichas multas al ministro, soldado ó persona que denunciare la contraversión en el todo ó parte de lo mandado...» Y más adelante se añadía: «Que desde las once de la noche en adelante, ningún vecino de cualquier calidad y condición que sea, pueda andar sin luz por las calles, llevándola por ó por sus criados con linterna, farol, acha ó mechón; pena al que contravenga, siendo persona distinguida, de seis ducados de multa con la referida aplicación; y al que no sea de esta circunstancia se le tendrá por persona sospechosa, y se le tendrá en la cárcel, para que averiguado su modo de vivir, se le el destino correspondiente, etc., etc

Y para certificar su identidad se quitaba la gorra, echando atrás la coleta: un mechón de a cuarta que llevaba tendido en lo alto de la cabeza. Su compañero de miseria era Chiripa, muchacho de su misma edad, pequeño de cuerpo y de ojos maliciosos, sin padre ni madre, que vagaba por Sevilla desde que tenía uso de razón y ejercía sobre Juanillo el dominio de la experiencia.

Ese es un hermoso día para Martín. La compañía de toda aquella gente, porque él es uno de los más altos dignatarios de la asociación, lo ha sacado de su somnolencia; sus ojos brillan, una sonrisa jovial se dibuja en su boca. ¡Si llevase con un poco más de soltura su traje de fiesta! El sombrero profundamente hundido en su frente, deja ver detrás de la cabeza un mechón de cabellos hirsutos.

Roberto le lanzó una mirada tímida, desesperada, como un niño. Luego se inclinó hacia el cadáver, lo levantó y lo puso en la cama rechazando con el pie la parihuela destrozada. En seguida se sentó junto a ella, a la cabecera, y maquinalmente enrollaba en su dedo índice un mechón de la suelta cabellera. El viejo comenzó a temer por la razón de su hijo. Roberto dijo acercándose a él.

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