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Actualizado: 10 de julio de 2025
Maltrana, que iba de una mesa a otra para charlar con sus «queridos amigos», aceptando una copa aquí y bebiendo media botella más allá, se fijó en los ojos de Maud. Pero ¡cómo mira esa señora!... ¡Ni que se lo fuese a comer!... Desde una mesa cercana los espió con cierta envidia. Cerca de media noche abandonaron sus asientos.
Mina, con su dulzura sentimental, parecía hermosear la existencia monótona de a bordo. Era un socorro para terminar sin remordimientos la travesía. Pero Maud, como si adivinase sus pensamientos y temiese una concurrencia, había atacado desde el primer momento a la alemana. Felicitaba a Ojeda con una ironía cruel por su magnífica conquista. ¡Qué suerte!
De aquella presentación databa la antipatía manifiesta de Marenval por Harvey y, en el fondo, por todos los americanos, á quienes englobaba en el desdén que le inspiraba el ganadero. Cuando miss Maud pasaba delante de él, brusca, decidida y ruidosa, Marenval le dirigía miradas de conmiseración y tenía por incomprensible que nadie quisiera casarse con aquella marimacho.
Miss Harvey extrañaría con razón mi partida y yo no tendría gusto alguno en marcharme. Seguiré á ustedes, pues, con el pensamiento. Entretanto, amigo mío, interrumpió Tragomer, que temía verse descubierto por su astuto interlocutor, va usted á presentarme á miss Maud Harvey como ha prometido...
Quiso Ojeda conocer su nombre de nacimiento, libre del apellido marital; y al oír que se llamada Maud, experimentó cierto descontento. Estaba esperando, no sabía por qué, otro nombre, una revelación que justificase sus ilusiones.
Sintió más estupefacción que vergüenza al retirarse humillado. Pero ¿era Maud la que hablaba así?... ¿Sería un sueño lo de la noche anterior?... Repasaba en su memoria incidentes y palabras con la ansiedad de encontrar algo que hubiese podido ofenderla. Porque él estaba seguro de que sólo una ofensa involuntaria de su parte podía ser la causa de esta conducta. ¡Son tan susceptibles las mujeres!...
Incorporándose, columbró Fernando por entre las cabezas de la mesa inmediata la cabellera rubia cenicienta de Maud. Isidro preguntó a Munster por el doctor Rubau. Nadie le había visto. Continuaba metido en su camarote, para solemnizar con este encierro el doloroso aniversario.
Jacobo no demostraba el ardor y la fuerza de la juventud sino para remar y montar á caballo con los hijos de Harvey, y aun éstos tenían que rogárselo vivamente así ellos como la señora de Freneuse, inquieta por las tendencias místicas de su hijo y deseosa de verle volver á los gustos de la vida normal. Con este mismo fin la madre de Jacobo favorecía la intimidad de su hijo con miss Maud.
Sorege, con una audacia que no debía retroceder ante nada, iba á meterse en la pelea y tomaba la ofensiva. Ha cantado usted divinamente, miss Hawkins, dijo mirando á sus adversarios con altivez, y comprendo el placer de este caballero... Y al decir esto parecía interrogar á su prometida y solicitar una presentación. Miss Maud accedió á su deseo.
Sonó el rugido de la chimenea, que indicaba la hora de mediodía. ¡A almorzar!... Abajo, en el comedor, Fernando sintió crecer su inquietud al ver que se llenaban todas las mesas y la de Maud seguía desocupada. Sucedíanse los platos; el almuerzo tocaba a su fin, y ella sin aparecer.
Palabra del Dia
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