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Actualizado: 10 de junio de 2025
Indudablemente míster Power... Recordó Ojeda que en la noche anterior Maud se había arrancado de sus brazos en el primer momento, corriendo a aquella mesa con el ansia de reparar un olvido. Sin duda fue para ocultar al simpático mister, que otra vez ocupaba el sitio de honor, transcurridas las horas de ingratitud y de pecado.
Era amigo de aquel desgraciado como usted, no más. ¿No ha dicho á usted entonces los lazos que le unían á la familia Freneuse? Miss Maud fijó en Tragomer su clara mirada. El joven se sonrió. Es verdad; la señorita de Freneuse era mi prometida cuando ocurrió la catástrofe que echó por tierra todos nuestros proyectos. ¡Oh!
Leyendo el Maud de Ténnyson, hallé una página que podría ser el símbolo de este tormento del espíritu allí donde la sociedad humana es para él un género de soledad. Presa de angustioso delirio, el héroe del poema se sueña muerto y sepultado, a pocos pies dentro de tierra, bajo el pavimento de una calle de Londres.
En el salón daban vueltas las primeras parejas y se instalaban las familias con gran ruido de sillas desordenadas. Fernando miró a todos lados, sin alcanzar a ver la cabellera rubia de Maud. Luego examinó los grupos estacionados en el antecomedor. Nada...
Paseemos juntos. Con mucho gusto. Se colocaron á uno y otro lado de la joven y tomaron su paso. Después de un momento de silencio, Cristián dijo con voz discreta: ¿Se acuerda usted, miss Maud, de una conversación que tuvimos hace seis meses, el día en que tuve el honor de ser presentado? Sí, perfectamente, y he pensado después en ella con un particular interés.
Pero, Felipe, había respondido miss Maud, lo mejor en las praderas no es lo mejor en los salones. Estando yo decidida á vivir en Europa, es acaso preferible que sea la mujer de un hombre tranquilo que de un torbellino, como tú y los demás hermanos.
Su aventura con Maud había desvanecido todos los propósitos de cordura que le acompañaron al subir al buque. Sus nervios guardaban aún el recuerdo de recientes vibraciones; su carne, mal dormida, estremecíase al sentir el contacto de otra mujer. Aquella calma monacal que había reinado en el trasatlántico durante la primera semana de viaje ya no existía para él.
La música, apelotonada en un extremo del comedor, había cambiado de ritmo, y las parejas, así como iban entrando, giraban enlazadas siguiendo las caricias de un vals. Instintivamente se recogió Maud la cola del vestido, apoyó Ojeda un brazo en su talle, y experimentaron cierta sorpresa al verse entre los danzarines demasiado numerosos, que chocaban con rudos encuentros de codos y de grupas.
El día anterior al en que las señoras de Freneuse estuvieron en el yate, Marenval y Tragomer estaban dando su paseo ordinario, cuando en la orilla de la Serpentina encontraron á miss Maud que iba á pie, seguida de un lacayo y de su coche. ¿Dónde están sus hermanos de usted, miss Maud? preguntó Cristián. En el círculo de los Arqueros, donde según parece hay una apuesta de las más interesantes.
La ilusión, el champán y el deseo, fermentando sordamente en él, parecieron explotar de pronto, removidos por las vueltas de la danza. Su brazo retenía enérgicamente el talle de Maud, como temeroso de que pudiese huir; mirábanse en las pupilas con una fijeza agresiva, lo mismo que los luchadores que quieren reconocerse bien en el último instante, antes de caer el uno en brazos del otro.
Palabra del Dia
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