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Actualizado: 29 de junio de 2025


Por lo que le había dicho Catalina, sabía que el aya acogería su proposición con una alegría, si no ruidosa, por lo menos sincera. Sin embargo, su tono familiar y el giro atrevido de sus frases habían asustado a Marta, y, aunque hubiese conservado en sus labios una sonrisa fingida, había en su mirada algo de severo que detuvo a Mathys imponiéndole ser más respetuoso y reservado.

Cuando el sol se hubo alzado, cuando la campana del castillo llamó a los obreros al trabajo, Mathys despertó con la frente cubierta de sudor. Trató de volverse a dormir, pero el recuerdo de las imágenes horrorosas que había visto en sueño le asediaba aún el espíritu y hacía latir su corazón con violencia.

Habéis tratado al señor Mathys con una frialdad tan altanera que ha acabado por declarar su intención de alejaros del castillo mañana mismo. ¡Dios mío! exclamó la viuda con voz ahogada . ¡Verme separada quizás para siempre de mi desgraciada hija! Y no nada aún; nada, sino que no tengo derechos para hacer reconocer mis derechos maternos.

¿Yo? ¡Bah! ¡es imposible! exclamó Mathys, que ocultaba con pena su emoción y fingió completa incredulidad para arrancar a Catalina el secreto cuya revelación debía colmarle de alegría . ¿Marta no es insensible a mi amistad? Vamos, hablemos claramente. ¿Marta me ama? ¿Os lo ha dicho? Una mujer, una mujer honesta y pura como Marta, nunca dice semejantes cosas... ¿Cómo podéis saberlo entonces?

Al oír esta pregunta, Mathys pareció haberse vuelto mudo; sin embargo, después de un rato de silencio, respondió tratando de sonreír: Yo lo creo por lo menos; ¿de quién sería, si no, la hija?

Estaba profundamente avergonzado de aquella imbecilidad, estando bien seguro, por otra parte, de que la condesa no le temería ni le tendría la menor consideración, así que supiera que aquella arma no estaba en sus manos. Cuando la señora de Bruinsteen entró en la sala, vió que había lágrimas en los ojos del intendente. ¿Estáis llorando, Mathys? le preguntó asustada . ¿Qué ha sucedido?

Pero, como viera que el intendente la mirara con desconfianza, prosiguió con acento más tranquilo: ¡Ah, Mathys, qué feliz me hace esta prueba de vuestra sinceridad! Ella me permite esperar que os hayan acusado injustamente. Se pretende que vos robasteis a esa niña y la trajisteis a casa del conde de Bruinsteen sin que él ni la condesa supieran nada de antemano.

Ahora estáis perdida. El mismo Mathys, si estuviera aquí, os echaría, del castillo. Marchaos, basta de cobardías inútiles, basta de mentiras; marchaos os digo. ¿Vais a obligarme a llamar a mis sirvientes para verme libre de vuestras súplicas hipócritas? Pero la viuda siguió arrastrándose a sus pies y balbuceando todas las súplicas que la desesperación más profunda podía sugerirle.

Estuve cerca de una hora junto con ella. ¿Aceptarán a Elena sin dificultad? Sin ninguna dificultad. La declaración del médico y vuestro pedido, eso es todo lo que pide. ¡Por fin vamos a vernos libres de esa loca desnaturalizada! ¿Es cosa segura, Mathys, que se la vigilará con cuidado y que no se dejará que nadie se acerque a ella?

Es preciso entonces que esté loca, o que el mismo diablo la haya empujado a hacer tal extravagancia exclamó Mathys . ¡Oh! yo lo sabré, tendrá que darme cuenta de su traición. Y se puso de pie para salir.

Palabra del Dia

lanterna

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