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Actualizado: 29 de junio de 2025


No me atrevo a comprenderos, señor respondió el aya . Un favor, un honor semejante para una pobre sirvienta... Me habéis comprendido, Marta. Pues bien, hablaré claramente. ¿Queréis ser mi mujer y compartir mi fortuna? Dadme la mano y no agreguemos nada más. Marta puso su mano en la suya. Estáis conmovida, tembláis exclamó alegremente Mathys . Es natural, yo mismo tiemblo de alegría.

Hablad, os lo ruego. ¿Qué es lo que ha pasado? ¡Me hacéis temblar, Mathys! Es cosa de temblar, señora; he estado a punto de ser asesinado a una legua de aquí. ¡Asesinado! ¿Qué queréis decir? Os contaré eso mañana; pero no, ya veo que no tenéis compasión de mi estado, y no me concederéis un minuto de reposo hasta que lo sepáis todo. Pues bien, he aquí en pocas palabras lo que me ha pasado.

Nadie lo buscará allí, y por más que busque y haga vuestra enemiga, jamás encontrará el testimonio de su crimen. ¿Daros ese documento, mi sola arma contra su maldad, mi seguridad, mi fuerza? dijo entre dientes el intendente, con sonrisa irónica . No, no, ese tesoro no se separará de . Os lo suplico, Mathys dijo la viuda pálida y temblorosa . Dejadme salvaros. ¡Ah!

Recordó que Marta había expresado la intención de ir a hablar temprano con la condesa; se disponía, pues, a subir la escalera que conducía al departamento de la señora de Bruinsteen, cuando la camarera le detuvo, diciéndole que acababa de ver a su señora, sumida en el más profundo sueño. Mathys recorrió todo el edificio hasta las buhardillas.

, pero es revocable, señora, y no que estéis dispuesta a mi favor el año que viene; ¿y si se os ocurre casaros, ahora que la loca no os estorba el camino? No, no temáis nada, Mathys. ¿Queréis, señora, que aprecie vuestro regalo y lo considere como recompensa de los sacrificios que he hecho por vos? Ciertamente que . Pues entonces, dadme un escrito de vuestra mano.

Tened calma, os lo suplico, Mathys... De esa manera le arranqué el secreto de sus intenciones y obtuve de ella los medios de defenderos contra ella: Pero, ¿qué le pasa por la cabeza? murmuró Mathys, aplastado por aquella revelación . ¿Se ha vuelto loca entonces? No, sabe muy bien lo que quiere.

Me acusaría a , con razón, de falsedad; y yo quedaría ¡ay! perdida, y a vos no os quedaría la menor esperanza de ver realizados vuestros deseos. Entonces hay otro medio, pondré el documento en mi cartera y lo llevaré conmigo. No hagáis eso, Mathys; la condesa lo ha previsto todo.

Esperaba que si podía entrar en conversación con Mathys, sabría noticias de su amiga, y quizá esta ocasión le permitiría decirle algunas palabras en su favor. Apresuró el paso hasta que alcanzó al intendente. Cuando estuvo a su lado le dijo en tono cortés, casi acariciador: Buen día, señor Mathys. ¡Qué cielo tan claro! ¡Qué aire tan puro! Parece que uno se sintiera rejuvenecido, ¿verdad?

Esta súplica tan humilde hizo que Marta mirara a Mathys profundamente impresionada e indecisa respecto a lo que debía hacer. Su hija fué a ponerse con las manos juntas delante de ella. ¡Oh madre querida, perdón, perdón para la señora de Bruinsteen! ¡Perdonadla! Quiero olvidarlo todo, hija mía murmuró la viuda . Mi felicidad no necesita de la desdicha de la señora ni de la de Mathys.

¡Oh! ¿Qué significa esto ahora? murmuró el intendente descontento . Al fin y al cabo yo no le puedo impedir a la señora de Bruinsteen que se acerque a su hija. Marta le tomó las manos y le dijo con extremada suavidad, mirándolo con aire de cariño: Mathys, buen Mathys, todo lo podéis obtener de la condesa. Dadme una nueva prueba de vuestro afecto.

Palabra del Dia

lanterna

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