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Actualizado: 25 de julio de 2025
Antejósele a Jacobo que aquel militar era de la clase de tropa que iría al ministerio de la Guerra y siguióle con la vista muy atentamente... Mas el militar dobló la esquina de la casa de Riera, dando un resbalón, y desapareció por la calle del Turco... ¡La calle del Turco!... ¡Ah! ¡La calle del Turco!... Allí se había cometido cuatro años atrás un asesinato, otro asesinato, en la persona de un hombre famoso, de un amigo que le había hecho a él grandes favores, favores de lobo a lobo, pero al fin y al cabo siempre favores... También entonces habíase vislumbrado en aquello la mano de los masones, y él, ¡oh!, él sabía bien a qué atenerse... Por eso tuvo que huir a toda prisa impulsado por el destino, pícaro destino, que le arrebataba a Constantinopla a resbalar en otro charco de sangre y a emprender otra fuga a Italia, a Francia, a España más tarde.
Sintió entonces cierta tristeza, cierto malestar que le aquejaba, a pesar de sus satisfacciones de la víspera, desde el momento en que los masones habían repetido por segunda vez aquella ridícula broma del sellito, que ahora como entonces había venido a asustarle primero, a irritarle después y a despertar, por último, su fogosa e irreflexible actividad de un momento, a la vista de aquel peligro misterioso que hubiera debido conjurar ya dos veces, sin haberlo hecho ninguna.
Uno de los que más bullían y mangoneaban por allí era D. José María el boticario, el antiguo suscritor de El Motín y corifeo de los masones, dando claro testimonio de que para Dios no hay imposibles, y que nadie puede decir que está por completo dejado de su mano.
Y terminaban afirmando que Montesinos desahogaba su amargura y despecho blasfemando de palabra cuando se le presentaba la ocasión y publicando artículos en los periódicos y revistas de los masones. El P. Gil no sabía a qué atenerse. Inclinábase, no obstante, a esta última opinión, que conciliaba hasta cierto punto la benévola de su hermana y ciertos amigos con la mala fama que tenía en el pueblo.
Eso no se ha hecho todavía dijo Pepe; pero, no te quepa duda, si los curas siguen el camino que han emprendido, el pueblo confundirá a los representantes con la cosa representada, y entonces... Entonces lo destruiremos todo y no dejaremos vivo ningún liberal... ¡masones indecentes!
Lo que es eso, corre de mi cuenta. ¡Bueno!... En segundo lugar, tener dispuesta la bolsa; porque, amigo mío, con mosca a la mano se va lejos, y entre masones y no masones por dinero baila el perro.
También se han reunido esta tarde muchos locos masones, con Aviraneta a la cabeza, y han deliberado.... ¡Deliberado los postes! ¿cuándo se ha visto eso?... Señores, llegó el momento de la gran barrida. España ha resucitado. Ya nuestro Señor no puede tener el escrúpulo de conspirar contra su hermano.
¡Ay, Jesús, Jacobito!... ¡Porr Dios, dímelo!... ¿Qué pasa? exclamó el tío Frasquito muerto de susto. ¡Me has perdido!... ¡Me has perdido! repetía Jacobo. Y bajo la impresión del temor y el aturdimiento, confió con su impremeditación ordinaria al necio viejo, si no la parte más culpable, la más peligrosa, al menos, de la aventura de los masones.
Todas sus peroratas sobre este tema de la vanidad concluían diciendo: «Ya, ya vendrán tiempos de justicia, sí, ya vendrán.... Entonces no veremos los coros de las catedrales llenos de masones con sotana, mientras los buenos eclesiásticos perecen». No pasaba ya Garrote la mayor parte del día en la cama.
Detrás de éste aparecieron dos, que no necesitaron tocar, y, por último, llegaron uno tras otro cinco más, que entraron sucesivamente y separados. Sin duda hay aquí algo dijo Lázaro. Han entrado diez y seis. Es un club secreto, una conspiración, tal vez una logia de masones.
Palabra del Dia
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