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Actualizado: 6 de junio de 2025
«¿Qué era aquello, Señor, qué era aquello?». ¿Por qué en día semejante, cuando su espíritu acababa de entrar en vida nueva, vida de víctima, pero no de sacrificio estéril, sin testigos, si no acompañado por la voz animadora de un alma hermana; por qué en ocasión tan importuna se presentaba aquel afán de sus entrañas, que ella creía cosa de los nervios, a mortificarla, a gritar ¡guerra! dentro de la cabeza, y a volver lo de arriba abajo? ¿No había estado en la fuente de Mari Pepa entregada a la esperanza de la virtud? ¿No se abrían nuevos horizontes a su alma? ¿No iba a vivir para algo en adelante? ¡Oh! ¡quién le hubiera puesto al señor Magistral allí! Su mano tropezó con la de un hombre. Sintió un calor dulce y un contacto pegajoso. No era el Magistral. Era don Álvaro, que venía a su lado hablando de cualquier cosa. Ella apenas le oía, ni quería atribuir a su presencia aquel cambio de temperatura moral, que lamentaba para sus adentros, en tanto que veía a las jóvenes y a las jamonas vetustenses coquetear en la acera, y en las tiendas deslumbrantes de gas. Don Álvaro opinaba lo contrario, que bastaba su presencia y su contacto para adelantar los acontecimientos. Para tener idea de lo que Mesía pensaba del prestigio de su físico, hay que figurarse una máquina eléctrica con conciencia de que puede echar chispas.
Al cabo de un buen rato me pidió Mari Pepa muchas cosas que, a su juicio, iban a ser necesarias allí muy pronto. Yo, delegando en ella y en su hija cuantas atribuciones tenía en la casa, las entregué las pocas llaves que guardaba, y mandé a Facia que se pusiera a sus órdenes con las restantes.
Como a lo más de esto tuve que responder, y la conversación continuaba enredándose en el otro grupo con la inagotable verbosidad de Mari Pepa, y hasta se marchó Neluco de la visita, porque tenía que hacer otras dos antes de comer, y, sobre todo, porque estaba yo muy a gusto al lado de aquella criatura tan atractiva, lo tratado entre los dos se fue enredando también poco a poco, hasta extraviarse al fin por derroteros que ninguna comunicación directa tenía ya con el punto de partida.
Ya sabréis, porque lo sabe todo el mundo dijo la Mari Díaz que don Rodrigo Calderón tuvo anoche una mala aventura no se sabe con quién. Pero eso no es un milagro. Escuchad: sabréis además que está muy mal herido.
Otras habían empezado así. Bajaron por la calle del Águila. A su extremo, pasaba, perpendicular, la carretera de Madrid. Por ahí no dijo el ama . Por aquí; vamos hacia la fuente de Mari Pepa. A estas horas no hay nadie por estos sitios, y el piso ya estará seco; todavía da el sol. Mire usted, allí está la fuente.
De Antonio Doria, La Fede, 1; de Bandinelo Sauli, 1; de Starti, 1; de Marí, la Patrona, 1: total, 4. De modo que, sin sangre, se hicieron dueños por entonces los turcos de 27 galeras y 14 naves, salvándose 17 de las primeras, que llegaron á Trápana, y 16 de las otras en varios puertos . II, cap. II, sube á 25 las naves apresadas. Otros anotan 28 galeras, una galeota y 27 naves apresadas.
Cesó ésta unos instantes, y los utilicé yo para averiguar cómo andaba el gigantón desde que no nos veíamos. Andaba «tal cual» según el interesado, y mucho mejor que eso según Mari Pepa... «porque ¡comía el bendito, que no había con qué llenarle!». ¡Eso sí, gracias a Dios! confirmó el aludido con su vozarrón de siempre. Estábamos ya en la sala; sentámonos todos, y empezó a enjuiciarse la visita.
Gravísimo añadió otro. Y á mí me parece lo más fastidioso del mundo dijo Mari Díaz ; ¿qué nos importa todo eso? Por mi parte me voy. Id con Dios, princesa, id con Dios dijo el alférez ; si no fuera por dejar con su curiosidad á estos señores, os acompañaría. Muchas gracias dijo la Mari Díaz alejándose. Allá va al primer bastidor dijo uno. A ponerse en guerra con la Dorotea.
Conque ¿entendióme, padre?... Y a usté, don Marcelo, ¿qué le paez de este disponer mío, como si estuviera en la mi casa? Todo me pareció bien, hasta el estilo, y las precauciones que tomaba Mari Pepa para no ser oída del enfermo, y la decisión de Lituca, y, en particular, la cara que ponía para declarármela.
Cerca del anochecer, cuando Mari Pepa y su hija recogían las respectivas labores y se sacudían las hilachas agarradas a los vestidos y apercibían las «nubes» y los mantones, diciéndole de paso a mi tío muchas cuchufletas por animarle, y goteaban las canales del tejado la nieve «derretida» por la lluvia que iba espesando, vino el médico otra vez.
Palabra del Dia
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