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Actualizado: 6 de junio de 2025
Una mañana de otoño, tendría yo entonces catorce o quince años, vino Recalde, antes de entrar en clase en la Escuela de Náutica, y nos llamó a Zelayeta y a mí. Una goleta acababa de encallar detrás del monte Izarra, cerca de las rocas de Frayburu. Recalde el Bravo, padre de nuestro camarada Joshe Mari, y otro patrón, llamado Zurbelcha, habían salido en una trincadura para recoger a los náufragos.
Esto me lo dijo aparte después de darme, delante de Facia y de Mari Pepa, el plan de campaña hasta el día siguiente, sin perjuicio de volver él a última hora, por lo que pudiera ocurrir.
La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia; porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.
¿Me hacéis el favor de iros á cien leguas de aquí? dijo Juan Montiño volviéndose y encarándose en don Bernardino, á tiempo que levantando éste la mano sobre la Mari Díaz, la hacia ampararse de Juan Montiño, y decirle: ¡Defendedme de este hombre, caballero! ¡es un infame! Idos repitió Juan Montiño con una calma inalterable. ¡Que me vaya! exclamó todo cólera don Bernardino.
A esto dijo Sancho: ¡Donosa cosa de historiador! ¡Por cierto, bien debe de estar en el cuento de nuestros sucesos, pues llama a Teresa Panza, mi mujer, Mari Gutiérrez! Torne a tomar el libro, señor, y mire si ando yo por ahí y si me ha mudado el nombre. -Por lo que he oído hablar, amigo -dijo don Jerónimo-, sin duda debéis de ser Sancho Panza, el escudero del señor don Quijote.
No, pues esos no son los mosqueteros dijo un poeta ; ó si lo son, es mosquetero todo el público. ¿Qué sabéis vos? repuso Mari Díaz ; hay tardes en que están de humor, y en sonando una palmada, allá se van todos detrás, como borregos. Pues yo voy á ver qué maravillas está haciendo Dorotea dijo don Bernardino de Cáceres.
La armada, entre naves de combate y transporte, alcanzaba la cifra de más de 100 velas, descomponiéndose de esta suerte: Capitán general, Juan Andrea Doria, en la Real. 16 galeras más de su escuadra. General de la escuadra de Nápoles, D. Sancho de Leyva. 7 galeras, 2 de ellas de Stefano di Mare ó Mari.
De pronto apareció en la altura un bulto menor que los otros, con un farol de dos luces: éste era el monago de la campanilla, y hasta se le distinguía en la mano cuando la sacudía para que sonara. Entonces cayó de rodillas Mari Pepa que estaba delante de todos, y exclamó con voz entera, mientras se llenaban de lágrimas sus ojos: En gracia te reciba el alma que te desea.
No ha de sanarle la precaución, ni de mejorarle siquiera, por supuesto; pero hay que poner de nuestra parte, en bien de él, todo cuanto sea posible... Otra cosa: en vista de lo que ocurre, y, particularmente, de lo que pueda ocurrir, hace aquí falta más gente que ustedes, por razones que en otra ocasión análoga le di, y pienso avisar a Mari Pepa para que venga enseguida con su hija... Es posible que le diga también algo a don Sabas, para que esté prevenido siquiera.
¿Por quién habéis pegado á don Bernardino? dijo Dorotea ; ¿por mí ó por Mari Díaz?... estamos solos, Juan, y quiero que me digáis la verdad... cuando yo salía, la Mari Díaz os citaba. He pegado á ese hombre, por él mismo; y en cuanto á esa mujer, no tenéis motivos para enojaros conmigo. ¿Y qué pensáis hacer? ¿Que he de hacer más que matar á ese hombre, y dejar ir por su camino á esa mujer?
Palabra del Dia
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