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Muchas veces se había detenido el marino ante su puerta, pero seguía adelante, desorientado por las chapas de metal que anunciaban las oficinas y escritorios instalados en sus diversos pisos. Vió un patio de arcadas, pavimentado con grandes losas, al que daban los balcones ventrudos en los cuatro lados interiores del palacio.

Las grandes losas sepulcrales estaban curvadas por el tiempo y la lluvia, con las inscripciones borrosas; las plantas parásitas, creciendo entre las piezas de mármol, las hacían saltar, desuniéndolas con el impulso vital de sus raíces.

Aquí habita la burguesía, los mercaderes y el populacho. Las calles alíneanse como una pauta; y en el suelo vetusto y enlotado, hecho con inmundicias de cien generaciones, aún se ven algunas de aquellas losas de mármol de color de rosa que en otra era, en tiempo de la grandeza de Ming, lo cubrían.

¿Dónde va usted, hombre de Dios? ¿Qué es eso? preguntó el armador asustado. ¡Ah, es cierto! ¡No me acordaba de que estábamos en el segundo paredón!... La obscuridad... Tanto tiempo aquí... El mareo de estar con la vista fija... en el barco... ¡Dios mío! ¿Qué hubiera sido de si usted no me sujeta? Pues nada, se hubiera usted deshecho los sesos contra las losas de abajo.

La madre abandonaba las faenas de la casa para no contrariar a Gabriel, y los hermanos estaban pendientes de sus balbuceos. El mayor, Tomás, mocetón silencioso que había reemplazado a su padre en el cuidado del jardín e iba descalzo en pleno invierno por los arriates y las ásperas losas de los andenes, subía con frecuencia manojos de hierbas olorosas para que juguetease con ellas su hermanillo.

En seguida fue a buscar al hermano Gabriel. ¡Se van! le dijo bañada en lágrimas. ¡Gracias a Dios! repuso el hermano . Bastante han echado a perder las losas de mármol de la celda prioral. ¿Qué dirá su reverencia cuando vuelva? No me ha entendido usted dijo la tía María, interrumpiéndole . Quienes se van son don Federico y su mujer. ¿Que se van? dijo fray Gabriel ; ¡no puede ser!

Su solo ruido en las losas ennoblece toda la traza del hidalgo. Sonriose un momento, mostrando su fuerte dentadura, y luego, con gesto grave y casi compungido, prosiguió: ¡Lástima es que algún epitafio, docto y elegante, no nos diga la casa y los honores del antiguo caballero, cuyas son estas cenizas!

Al perderla de vista no cayó la pobre aldeana exánime sobre las losas del Muelle, porque Dios ha dado á estas criaturas una fuerza y una fe tan grandes como sus infortunios.... Aquella misma tarde, á la caída del sol, atravesaban tío Nardo y su mujer la extensa sierra que conduce á su lugar. Mustios iban los dos y cabizbajos, el uno en pos del otro. Pensaban en Andrés.

Luego descendió. Cruzó el huerto y el patio. La dueña esperaba dormida junto al postigo. El abrió sin despertarla y salió; pero cuando hubo dado algunos pasos por la callejuela, creyó escuchar, detrás de la puerta, la voz de doña Alvarez. Apresurando entonces el paso dejó caer de intento en las losas la gorra y la capa de San Vicente.

Sus pasos sobre las losas del pavimento, separadas por hondas grietas cubiertas de hierba, despertaron todo un mundo animal que sesteaba al sol. Corrieron en todas direcciones los actuales habitantes de la ciudad: lagartos enormes con el dorso verde cubierto de negras verrugas. En su fuga chocaron ciegamente con los pies de los visitantes.