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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Su último duelo databa de ocho años antes: un encuentro en la frontera italiana entre dos señores que se habían abofeteado por una trampa de juego. Aún se hizo más sombrío su rostro mientras se inclinaba en señal de asentimiento, llevándose una mano al pecho.

El niño se adelantó dos pasos, y llevándose las manitas al pecho, prosiguió lentamente: Mas siento al alejarme una agonía, Cual no la suele el corazón sentir.. ¿En palabras de niño quién confía? Temo... no qué temo, Madre mía, Por ellos y por ... Nadie respiraba; las lágrimas, al caer, no hacían ruido.

Lubimoff había visto también desde el interior de su automóvil jardines, casas viejas y una gran plaza, el único día que visitó en su viejo castillo al príncipe de Mónaco. Decidieron el viaje con una alegría de colegiales, y cuando la duquesa iba á llamar á un coche de punto, Miguel mostró cierta indecisión, llevándose una mano á diversos bolsillos. No tenía dinero.

Apenas dio un pase creyó llegado el momento decisivo, y se cuadró, con la muleta baja, llevándose la empuñadura del estoque junto a los ojos. El público protestaba otra vez, temiendo por su vida. ¡No te tires! ¡No!... ¡Aaay!

Manín se sentó de nuevo para engullir el pan que quedaba y beber otro vaso de lo blanco. Josefina mientras tanto sollozaba en un rincón, llevándose las manos heridas a la boca, palpándose las mejillas acardenaladas por los ballenatos. Manín se dignó echar hacia ella una mirada.

Quisiera saber cómo se llama usted. Rosa Briones. Muchas gracias, señorita Rosa murmuró. ¡Oh! no me llame usted señorita. Llámeme usted Rosa o Rosita, como me dicen en casa. Es que yo no soy caballero repuso Martín. ¡Pues si usted no es caballero, quién lo será! dijo ella. Martín se sintió halagado y, como Rosa le indicó que callara, llevándose el dedo a los labios, cerró los ojos...

Mientras él se alejaba llevándose á la muchacha, ellos se quedarían allí con la tropilla. Piola se encargaba de convencer al viejo de la falsedad de sus sospechas. Y si llegaban otros hombres del cercano pueblo, se convencerían también viéndolos sin ninguna mujer y sin Manos Duras de que eran unos viajeros pacíficos que habían hecho alto en aquel lugar. El gaucho le escuchó con impaciencia.

¡Lúzaro! exclamó el viejo . Yo he conocido a alguien de Lúzaro. ¡Ah, ! añadió, llevándose la mano a la frente . El piloto de El Dragón ... Tristán, Tristán de Ugarte. Tristán de Ugarte era el nombre con que el médico de Elguea había extendido la partida de defunción de mi tío, y El Dragón el nombre del barco en donde había navegado Juan de Aguirre, según me contó Francisco Iriberri.

La segunda vez, sobre todo, en que Cecilia y Gonzalo se rieron con gana llevándose la servilleta a la boca para apagar el ruido, la mirada del prócer fué más larga, más fría y distraída aún. Venturita, indignada, los apuñalaba con los ojos.

Pierde cudiao, Baldomero repuso el anciano con la voz anudada y llevándose la mano al corazón. Tus hijo serán lo mío. En aquel instante se oyó un gran vocerío en la plaza. Era la plebe, que saludaba la entrada del quinto toro. El Cigarrero se dejó caer sollozando en los brazos de Miguel. ¡Qué tristesa, D. Miguelito del arma, qué tristesa!

Palabra del Dia

creolina

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