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Actualizado: 15 de junio de 2025
Para entrar en él, el primer salon bajo que se cruza, es el mismo en que fué juzgado Cárlos I°, el mismo en que se reunia el largo Parlamento, el mismo que Cromwell desocupó de la manera que todos saben. Es un soberbio salon, cubierto de labores de arte y con una lindísima techumbre.
Dijo su parte discretamente, pero sin gran calor, se adivinaba que estaba poseída de miedo. Bajó el telón en silencio. Al instante poblose el saloncillo y los pasillos de amigos de Inocencio, que venían presurosos a decirle que la exposición de su drama era lindísima. ¿Pero qué tiene Clotilde?... Apenas se mueve en la escena... ¡ella tan viva y tan suelta!
Pero la señora Ramírez ha gastado mucho, ya no es tan rica como antes; tuvo a siete bordadoras empleadas un mes en bordarle de oro el vestido de terciopelo negro que llevó a Rigoletto, era muy pesado el vestido. ¡Oh! ¿Y Teresa Luz? lindísima, Teresa Luz: bueno, la boca, sí, la boca no es perfecta, los labios son demasiado finos; ¡ah, los ojos! bueno, los ojos son un poco fríos, no calientan, no penetran: pero qué vaguedad tan dulce; hacen pensar en las espumas de la mar.
El barón, sentado cerca de un oidor viejo, le preguntaba si los moros blanqueaban sus casas con cal. Carezco de datos para responderos contestó el magistrado . Es punto que no ha merecido llamar la atención de Zúñiga, Ponz, don Antonio Morales ni Rodrigo Caro. «¡Qué ignorante!», pensaba el barón. «¡Qué pregunta tan tonta!», pensaba el oidor. Tenéis una prima lindísima dijo el príncipe a Rafael.
La joven, que era lindísima, aunque un poco marchita ya, le clavó una mirada dulce y risueña, como si le quisiera fascinar. ¿Quién es esta joven? le pregunté. Pues esta joven me contestó lanzando el chorrito de saliva por el colmillo es hija de ese señor viejo, que se llama D. Serafín Blanco, y viven en Málaga, aunque son de Granada.
Delante del Portal hay una lindísima plazoleta, cuyo centro lo ocupa una redoma de peces, y no lejos de allí vende un chico La Correspondencia, y bailan gentilmente dos majos. La vieja que vende buñuelos y la castañera de la esquina son las piezas más graciosas de este maravilloso pueblo de barro, y ellas solas atraen con preferencia las miradas de la infantil muchedumbre.
Hechas estas reflexiones y otras por el mismo orden, que, se omiten aquí para evitar prolijidad, Poldy, escribió una extensa carta, en papel muy fino para que abultase poco; tomó un retrato suyo, sin cartón, en el cual retrato estaba ella descotada y lindísima en su elegante traje de baile; lo incluyó todo en un sobre con fuerte forro de tela que cerró y selló con lacre; escribió encima: al incógnito poeta indio; agujereó la carta con un punzón; pasó una fuerte cinta al través del agujero; y así preparado todo, lo colgó al cuello de la cigüeña como si fuese la insignia de comendador de cualquiera ilustre Orden.
Y era lindísima: fisonomía suave y aristocrática; perfil correcto; labios ingenuos, expresivos, como entreabiertos levemente por una exclamación de sorpresa; las mejillas con los tintes de la rosa: la cabeza artística y gentil; el cuello delgado y donairoso.
Y, sin embargo, los que la boca temerosa del artista había dejado escapar, y muchos otros que habían quedado dentro, a ella exclusivamente iban dirigidos. Mientras hablaba en pie y arrimado a la mesa con los papás y con Romadonga, sus ojos de pez, claros y fríos, no se apartaban de la gentil muchacha. ¿Gentil? Sí, Presentación era una lindísima joven que acababa de cumplir los veinte.
Era el martes de carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso, ya al oscurecer, y mientras deshacía un paquete de serpentinas, miró al carruaje de delante. Extrañado de una cara que no había visto la tarde anterior, preguntó a sus compañeros: ¿Quién es? No parece fea. ¡Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina, o cosa así, del doctor Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece...
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