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Actualizado: 29 de julio de 2025


Vi de improviso y en un solo instante todo mi pasado: los sitios donde corrieron las dulces horas de mi infancia, el pequeño lecho donde me dormía oyendo los cuentos de la criada; sentí sobre la frente los tiernos besos de mi madre y en las mejillas la áspera caricia de la mano de mi padre, más suave para que el ala de un ángel... ¡El lago estaba tan negro!... ¡Qué rumor lúgubre levantaría mi cuerpo ensangrentado al penetrar en él!... ¡Ay!

Más valía no verla... Pero ella se levantaría temprano y fregotearía bien la cómoda, el lavabo de tres patas y haría maravillas de orden y limpieza... Después compraría una corbata bonita... Rogaría a D.ª Laura que la dejase traer de la sala dos sillas de damasco con sus fundas de percal... En fin... No contenta con pensar lo que pasaría al siguiente día, pensó los sucesos del tercer día y los del otro y los del mes próximo, y los del año venidero, y los de dos, tres o cuatro años más.

La chiquilla que se presentó acto continuo dando saltitos como una urraca tampoco tenía gran cosa de árabe. Representaba unos trece años, aunque después supe que contaba diez y ocho, y era de una estatura inverosímil: poco más de un metro levantaría del suelo. Con esto, la carita redonda y no desgraciada, los ojillos vivos y a medio cerrar, los ademanes resueltos y petulantes.

Gaspar Lefèvre, viendo a su madre y a Luisa inmóviles y con los dientes apretados, dijo a Marcos que si ellas no volvían en se levantaría la tapa de los sesos con su fusil. Marcos respondió que cada cual era libre de hacer lo que quisiera; pero que, por su parte, no estaba dispuesto a darse un tiro por Hexe-Baizel.

Se acercó con cautela, y vió en el fondo de la abertura diez o doce bolas oscuras, del tamaño de un huevo. Esto es miel se dijo el contador público con íntima gula. Deben de ser bolitas de cera, llenas de miel... Pero entre él, Benincasa, y las bolsitas, estaban las abejas. Después de un momento de desencanto, pensó en el fuego: levantaría una buena humareda.

Llega un momento en que el alma no puede ya aguantar la esclavitud, y es preciso soltarse. ¿Cómo? Mira». Fortunata tiritaba, discurriendo si se levantaría para llamar a doña Lupe. «Esto es un puñal... bien afilado... Hay que tener en cuenta que la bestia se defiende, por muy decaída que esté. La carne es carne, y mientras tenga vida hace la gracia de doler.

Podía igualmente ser consocio en una pareja de barcas dedicadas á la pesca del bòu. Le esperaba una vejez feliz y honrosa; sus antiguos compañeros de navegación iban á envidiarle. Se levantaría á media mañana, iría al café, figuraría como devoto rico en todas las fiestas religiosas del Grao y del Cabañal: tendría en las procesiones un puesto de honor...

Por esto le causaba hondo tedio su existencia monótona y gris, separada por ancho foso de aquella otra vida puramente imaginativa que le envolvía como un perfume exótico y excitante, surgiendo de entre las páginas de los libros. Algún día se vería libre, levantaría las alas; y esta liberación había de realizarse cuando le eligiesen diputado.

Se levantaría a la misma hora que él, y mientras Juan vigilase la limpieza de la tienda, ella ayudaría a la criada en «lo de arriba»; trabajar mucho y ahorrar más, pues esto es lo que da salud; y después, a la hora de comer... ¡qué felicidad hablar de los negocios devorando el clásico puchero con el buen apetito que da la actividad!

Que tuviese mala suerte, y una mitad del circo se levantaría vociferante contra él, llamándole desagradecido e ingrato con los que le «levantaron». Mató su primer toro con mediana fortuna. Se arrojó, audaz como siempre, entre los cuernos, pero la espada tropezó en hueso. Los entusiastas le aplaudieron. La estocada estaba bien marcada, y de la inutilidad de su esfuerzo no tenía él la culpa.

Palabra del Dia

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