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Actualizado: 17 de octubre de 2025


Un día las pusieron a lavar en la huerta. Estaban en traje de mecánica, sin tocas, sintiendo con gusto el picor del sol y el fresco del aire sobre sus cuellos robustos. Fortunata hizo a su amiga algunas confidencias acerca de su próxima salida y de la persona con quien iba a casarse. «No me digas más, chica... te conviene, te conviene. ¡Peines y peinetas!

Se estaba realizando en su conciencia la saludable transformación de las mujeres arrepentidas que fueron antes grandes pecadoras. ¿Cómo lavar su alma de los pasados crímenes?... Ni siquiera gozaba el consuelo de la fe patriótica, sanguinaria y feroz que enardecía á la doctora y á los suyos. Había reflexionado mucho.

Todas estas razones oyeron y percibieron el cura y los que con él estaban, y por parecerles, como ello era, que allí junto las decían, se levantaron a buscar el dueño, y no hubieron andado veinte pasos, cuando detrás de un peñasco vieron, sentado al pie de un fresno, a un mozo vestido como labrador, al cual, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo que por allí corría, no se le pudieron ver por entonces. Y ellos llegaron con tanto silencio que dél no fueron sentidos, ni él estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido. Suspendióles la blancura y belleza de los pies, pareciéndoles que no estaban hechos a pisar terrones, ni a andar tras el arado y los bueyes, como mostraba el hábito de su dueño; y así, viendo que no habían sido sentidos, el cura, que iba delante, hizo señas a los otros dos que se agazapasen o escondiesen detrás de unos pedazos de peña que allí había, y así lo hicieron todos, mirando con atención lo que el mozo hacía; el cual traía puesto un capotillo pardo de dos haldas, muy ceñido al cuerpo con una toalla blanca. Traía, ansimesmo, unos calzones y polainas de paño pardo, y en la cabeza una montera parda. Tenía las polainas levantadas hasta la mitad de la pierna, que, sin duda alguna, de blanco alabastro parecía. Acabóse de lavar los hermosos pies, y luego, con un paño de tocar, que sacó debajo de la montera, se los limpió; y, al querer quitársele, alzó el rostro, y tuvieron lugar los que mirándole estaban de ver una hermosura incomparable; tal, que Cardenio dijo al cura, con voz baja:

5 Luego puso agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a limpiarlos con la toalla con que estaba ceñido. 6 Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dice: ¿Señor, me lavas los pies? 8 Le dice Pedro: No me lavarás los pies jamás. Le respondió Jesús: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. 9 Le dice Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, mas aun las manos y la cabeza.

PARA LAVAR LA CABEZA. En un vaso de agua se pone una cucharada de bicarbonato de sosa y tres yemas de huevo batidas; se mezcla todo bien, y con ello se frota la cabeza en todas direcciones; luego se aclara varias veces con agua templada.

Las más pequeñas y los varoncitos iban a la escuela; las mayores trabajaban en el gabinete de la casa, ayudando a su madre en el repaso de la ropa, o en acomodar al cuerpo de los varones las prendas desechadas del padre. Alguna de ellas se daba maña para planchar; solían también lavar en el gran artesón de la cocina, y zurcir y echar un remiendo.

Como por encanto todo desaparece y «le père Tropique», «le père Neptune» y demás personajes fabulosos, despojados de sus atributos fantásticos, se dedican con resignación a lavar el puente y frotar los bronces...

Y si bien este ataque viene de quien, primero que atreverse á manchar honras agenas, no le hubiera estado del todo mal lavar la suya, con todo eso, el mejor abogado de Cieza es su crónica, y hasta que se conozca y se publique, á ser posible, como yo lo he hecho con la GUERRA DE QUITO, acompañada con documentos coetáneos que la justifiquen, la fama del primero de los historiadores del Perú no quedará completamente limpia.

Estaba atento Sancho a las ceremonias de aquel lavatorio, y dijo entre : ¡Válame Dios! ¿Si será también usanza en esta tierra lavar las barbas a los escuderos como a los caballeros? Porque, en Dios y en mi ánima que lo he bien menester, y aun que si me las rapasen a navaja, lo tendría a más beneficio. ¿Qué decís entre vos, Sancho? -preguntó la duquesa.

Y Silas la hizo salir, diciendo: Ahora, Eppie va a ser buena; de otro modo va a ir a la carbonera, al rincón negro. El telar permaneció silencioso largo rato esa mañana porque hubo que lavar a Eppie y ponerle ropas limpias; sin embargo, era de esperar que este castigo tendría un efecto duradero y ahorraría tiempo en el porvenir.

Palabra del Dia

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