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Actualizado: 6 de junio de 2025


Y como si gozase manteniendo latente la curiosidad de Fernando, empezó por hablar de Nélida y su familia. ¡Todos contentos! El hermano pequeño atolondrado por las reprimendas de la madre y el enojo patriarcal del señor Kasper, parecía haber olvidado sus amenazas, absteniéndose de hacer revelaciones al hermano mayor.

Está bien, caballero dijo Hullin intensamente pálido ; dígale a su general lo que acaba de ver; dígale que el Falkenstein será nuestro hasta la muerte. Kasper, Frantz: conducid al parlamentario a sus líneas. El oficial parecía dudar; pero al tratar de abrir la boca para hacer una observación, Catalina, pálida de cólera, exclamó: ¡Fuera, fuera de aquí!

Mientras tanto, el señor Kasper pasaba con suavidad del elogio de su hija a hablar de los negocios de América, tema en el que insistió hasta el toque de mediodía, que deshizo los grupos, empujando las gentes al comedor.

Mientras tanto, iba acercándose la noche; sus tonos grises se extendían por los atrincheramientos y por el abismo, envolviendo en el misterio aquellas horribles escenas. La gente iba y venía entre los despojos de la batalla sin reconocerse. Materne, después de haber secado la bayoneta, llamó a sus hijos con voz ronca. ¡Eh! ¡Kasper! ¡Frantz!

Y como él contestase afirmativamente, sin jactancia, con sencillez, Nélida casi le saltó al cuello. ¡Mi rey!... ¡Mi hombre!... ¡Lástima que estemos aquí! ¡Ay, qué beso te pierdes! Encontráronse con el señor Kasper, que los acogió con toda la bondad de su rostro patriarcal. «Papá... papáSu hija le besaba las barbas venerables, insistiendo en esta caricia con un runruneo de gata amorosa.

Parecía disuelta esta noche al faltarle la presencia de la señorita Kasper, que era en ella el eje central, el polo de atracción. Algunos de sus individuos estaban diseminados en las mesas del fumadero, siguiendo las partidas de poker. Dos marchaban por la cubierta, y a Fernando le llamó la atención la frecuencia de sus encuentros, como si no le perdiesen de vista.

Y cuando hubo desaparecido en el bosque, y el silencio sucedió, de repente, a aquel discorde ruido, Catalina se volvió y vio a Hullin detrás de ella, pálido como un muerto. Pues bien, Catalina dijo éste ; todo ha terminado. Ahora vamos a subir allá arriba. Frantz, Kasper y los de la escolta, Marcos Divès, Materne, todos esperaban en la cocina con las armas en descanso.

Una explosión de gritos y aplausos saludó el automóvil en el que llegaba Nélida con su hermano y Ojeda. Los padres, que habían sido de los primeros en regresar al buque, aguardaban impacientes. Pero el señor Kasper cortó con una acogida cariñosa la belicosidad de su cónyuge, irritada por esta tardanza. Juntos admiraron el pajarraco rojo y verde que sostenía Nélida en una mano.

Luisa no daba señal alguna de vida; Kasper y Frantz conservaban una inmovilidad de piedra entre la maleza.

Viene con nosotros, Frantz. ¿Y Kasper? Ha recibido una pequeña herida, pero no es nada; ahora verás a los dos. En el mismo instante, Catalina se arrojó en brazos de Hullin. ¡Oh, Juan Claudio! ¡Qué alegría tan grande al volver a verle! murmuró el anciano lúgubremente ; hay muchos que no volverán a ver a los suyos. ¡Frantz! se oyó gritar al viejo Materne . ¡Eh, por aquí!

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