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Actualizado: 2 de octubre de 2025


¡Por Dios, Raquel! no molestes a ese señor... ¡qué va a decir de nosotras! contestaba con un tono de aparente reproche la señora. ¡Señor, señor! ¿quiere dejarnos ver por ahí? insinuó la otra joven. ¡Ah, no, por Dios, no se incomode usted!... Judit, por Dios, cállate repetía la madre con un contoneo de cabeza continuo. El del anteojo continuaba impasible como una estatua, como si nadie le hablase.

Aquí me tiene, querida Judit; me he apresurado a venir apenas he recibido la carta de usted. Y llevaba todavía en la mano la carta fatal y terrible. ¿Qué desea usted de ? acabó diciendo el Conde. Lo que deseo... señor Conde... No cómo decírselo... pero ese billete... puesto que lo ha leído usted... si es que ha podido leerle...

No, era morena repuso el notario; en cuanto al empleo que la atribuye, no tengo datos para asegurarlo, y prefiero atenerme a la inmensa erudición de usted. El profesor de Derecho hizo una cortesía. Lo que nadie podría negar es que la pequeña Judit era encantadora.

La pequeña Judit agregó el notario, una jovencita que hace siete u ocho años fue admitida como figuranta en el cuerpo de baile. Aguarde usted... dijo el profesor de Derecho con un tono algo pedante. ¿Una rubita que en La Muda hacía el papel de uno de los pajes del virrey?

Mientras hablaba de este modo, la tía se enjugó algunas lágrimas; Judit, conmovida por aquel enternecimiento, se atrevió entonces a preguntar solamente quién era aquel protector y por qué había merecido ella una distinción tan elevada. Ya lo sabrás, hija mía, ya lo sabrás... Por el momento, todas tus compañeras se van a morir de envidia.

Allí estaban Judit, Ester, Dalila y Rebeca en los momentos críticos de su respectiva historia. Un Cristo crucificado de marfil, sobre una consola, delante de un espejo, que lo retrataba por la espalda, miraba sin quitarle un ojo a su Santa Madre de mármol, de doble tamaño que él, colocada sobre la consola de enfrente.

Un elegante carruaje los esperaba a la puerta; y sería inútil tratar de describir a ustedes la turbación y el arrobamiento de la pobre Judit al verse sentada junto a él, en aquel reducido espacio, que hacía la entrevista más íntima y más dulce.

Al día siguiente, Judit tenía un maestro de ortografía, de historia y de geografía. Era digno de ver el ardor con que estudiaba; y su inteligencia, sus facultades naturales, que sólo necesitaban ser cultivadas para agigantarse, se desarrollaron con rapidez increíble. Comenzó amando el estudio por Arturo y ya le amaba por ella misma.

La pobre Judit que, hasta entonces, había dormido perfectamente, aquella noche no pudo conciliar el sueño. ¡Era la primera vez! A la mañana siguiente, levantose con el rostro pálido, los ojos hinchados... La tía, entretanto, no dejaba de sonreír. Era imposible hablar del desconocido sin que el lindo rostro de Judit se cubriese de súbito rubor... Y la tía continuaba sonriendo.

El señor Rosambeau, maestro de baile, que vivía en el quinto piso, ofreciose a dar algunas lecciones a la pequeña Judit, y pocos días después la señora Bonnivet participaba a todas las porteras de su conocimiento, que su sobrina acababa de ser admitida en los coros de la Opera; esta noticia difundiose rápidamente de puerta en puerta por toda la calle de Richelieu.

Palabra del Dia

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