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Actualizado: 2 de noviembre de 2025


Tranquilícese, sólo volveré cuando me necesite... cuando me llame... Adiós, Judit... adiós, hija mía. Y salió acto seguido, dejando a la pobre joven confusa y presa de una emoción que ella no conocía y que en vano hubiera intentado explicarse.

En los mismos libros que me has hecho leer no se ensalza sólo la servil mansedumbre de Rut, sino más, si cabe, la ferocidad de Judit, que degüella al capitán de los asirios, y la espantosa hazaña de Jahel, que atraviesa con martillo y clavo las sienes de Sisara.

Empleó cuatro mil en abonarse por todo el año a un palco segundo de la Opera... aquel palco segundo de frente a la escena, donde había encontrado a Judit la noche del baile de máscaras. Asistía a él todos los días, mientras confió en que la volvería a ver... pero cuando perdió esta esperanza, ya no tuvo valor ni energías para seguir ocupándolo.

¡Cuál no sería el espanto y el suplicio de Judit, no al oírse poner en ridículo, sino a la idea de que también el Conde se burlaría tal vez al leer su carta, que en aquel momento hubiera dado toda su sangre por no haber escrito! De aquí que se sintiese más muerta que viva al día siguiente cuando entró Arturo en su gabinete.

Corrí a anunciársela a Arturo, el cual recibió la noticia con una displicencia incomprensible. Cuando no se le hablaba de Judit, todo le era indiferente. Por mi parte, me apresuré a liquidar sus deudas y a desempeñar sus bienes, y, desde entonces, todo marchó admirablemente, hasta que tuvo lugar un caso de difícil explicación.

Bien, me agrada tu idea. Ya he referido a ustedes los detalles de la presentación y de la primera entrevista de Judit, Arturo y la tía. Hízose que monseñor el obispo tuviese noticia de ello, pero monseñor se hizo el desentendido.

El Conde, entonces, miró detenidamente por primera vez a Judit, como ella merecía ser mirada, y se asombró de encontrarla tan hermosa. El paseo, el aire, y, particularmente, la satisfacción de verse tan celebrada, habían dado mayor brillo a sus mejillas, y a sus ojos una expresión y un encanto indefinibles.

Al inscribir en su lugar correspondiente los papeles que encerraba el secreter de monseñor, encontré un billete cuidadosamente doblado, el cual contenía esta firma: Judit, bailarina de la Opera. ¡Correspondencia entre una bailarina y un obispo!

Todo el mundo se volvía al pasar por su lado, y exclamaba: ¡Qué linda pareja! Es el joven conde Arturo de V *. ¿Se ha casado, por ventura? Estremeciose Judit al oír esta pregunta, experimentando cierto doloroso placer, de que no pudo darse cuenta.

¡Ah! ¡le pareció que iba a volverse loco! Dejó caer la cabeza y permaneció algunos instantes con ella apoyada entre las manos, como para persuadirse a mismo de que no era una ilusión, de que Judit vivía aún, y de que ella era la que acababa de ver.

Palabra del Dia

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