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Actualizado: 2 de octubre de 2025


Esta carta no era fácil de escribir; en consecuencia, Judit empleó en ella todo un día: la empezó muchas veces e hizo, lo menos, veinte borradores.

Pero él no parecía, no iba... y Judit no podía decirle que fuese... En efecto, ¿qué podía pedirle?... Casa elegante, mesa bien servida, criados y un coche a su disposición... Nada le faltaba... ¡nada más que él!

Cuando logró convencerse, volvió a levantar la vista hacia el palco... ¡la celestial visión había desaparecido!... ¡Judit ya no estaba allí... se había ausentado!...

Desheredado por su tío, no contaba con más fortuna que la de su madre, que ascendía, próximamente, a unas quince mil libras de renta; y de esto había consumido más de la mitad, primero en las locuras que había hecho por Judit, y más tarde en los gastos que se le habían originado para descubrir su paradero, porque nada escaseaba.

Ya tenemos, pues, a Judit instalada en la Opera, tomando lecciones por la mañana y presentándose por la noche confundida entre los grupos de jóvenes, de ninfas o de pajes, como hace un instante decía nuestro amigo el profesor.

¡Ay, que me arrugan! gritaba la madre de Raquel y de Judit, sin que el miriñaque la ayudara a subir. ¡Ay, mi vestido, que me lo estropean todo! ¡No veo a Judit! ¡Judit, Judit, Judiiit!

Ya estás oyendo que el señor Conde tiene prisa dijo la señora Bonnivet a su sobrina, disponiéndose a desnudarla de la bata. Judit se ruborizó y le hizo seña de que se encontraba allí Arturo. ¿Qué importa? ¿Por ventura tenemos que guardar etiqueta con el señor Conde? Y sin dar tiempo que la joven pudiera oponerse, su tía le desabrochó el corsé.

¡Ella! ¡Un protector!... Es demasiado tonta para eso, y no lo encontrará nunca. Estas conversaciones efectuábanse durante los coros de la Vestal. Judit no había perdido una palabra; pero no se atrevía a pedir a nadie la explicación de lo que era todavía un enigma para ella.

Judit pasó también aquella vez una mala noche. ¡Le parecía tan extraña la conducta del Conde! Porque, en resumen, bien pudo haber entrado, sentarse y hacerle una visita. Verdad que ella no estaba muy al corriente de las conveniencias sociales; pero se imaginaba que esto hubiera sido mejor que despedirse de una manera tan brusca.

Y cuando hubo saboreado lentamente un polvo de rapé, como para tomarse tiempo de reunir sus recuerdos, el señor Baraton prosiguió en esta forma: ¿Quién de ustedes ha conocido aquí a la pequeña Judit? Miráronse, y ni los abonados más antiguos de la orquesta pudieron responder.

Palabra del Dia

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