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Entonces, pregunté, ¿me permite usted verla en su casa mañana? Con mucho gusto. Vivo en el hotel de los Extranjeros, plaza de la Villa. Después de las cuatro, si á usted le parece. Tomaremos una taza de y hablaremos. Me incliné sin responder, y Jenny nos estrechó la mano á mis compañeros y á , nos acompañó hasta el corredor y volvió á su cuarto, cuya puerta cerró cuidadosamente.

Los ojos de Sorege, ocultos según costumbre, se dirigieron claros y penetrantes á Jenny, y la expresión de astuta dulzura que ofrecía su cara desapareció de repente.

El comisario especial encargado de vigilar á Jenny Hawkins ha llegado y se ha puesto en relación con M. Melville, el jefe de la policía inglesa, un hombre de primer orden que va á tomar por su cuenta la dirección de las operaciones.

La demanda de proceso contra Jenny no está muy adelantada... Si consideramos á la cantante como americana es sumamente difícil detenerla en Inglaterra por un crimen cometido en Francia y por el cual se ha dado ya sentencia. Si le devolvemos su verdadero nombre de Lea Peralli, se convierte en italiana y esto es otra complicación.

Me has rechazado, Jacobo, cuando estaba dispuesto á servirte. Estoy libre de todo deber respecto á ti. Adiós. Dió tres pasos hacia el salón y ya tocaba con la mano á la puerta cuando esta se abrió por sola y aparecieron Marenval y Vesín. Al mismo tiempo que ellos entró en la estufa un soplo de calor perfumado y un rumor de aplausos. Era que Jenny Hawkins acababa de cantar.

Se volvió vivamente y al ver á la joven venir hacía él fresca, sonriente y animada por su paseo matinal, dijo: El triunfo de anoche no ha fatigado á usted, según veo, pues se ha levantado tan temprano... Sorege le ofreció la mano, pero Jenny pareció no ver su movimiento y se acercó á un espejo donde se quitó el sombrero y se arregló el cabello mientras hablaba: ¿Estaba usted en el teatro?

Después, acosada de cerca por sus acreedores, se eclipsó para reaparecer en el extranjero con el nombre de Jenny Hawkins... El hotel fué vendido y no se oyó hablar de ella, si no es alguna vez en los periódicos. Jamás ha vuelto á París, como si guardase rencor á la gran ciudad de su desilusión. Al acabar el relato de Frecourt, todos se levantaron y se dirigieron hacia los salones.

No puedo reteneros mucho tiempo conmigo, á pesar del placer que en ello tendría, dijo Jenny; tengo que bajar á escena para el último acto. ¿Cómo han encontrado ustedes á Novelli? ¡Qué bien ha cantado! ¡Es un gran artista! Su éxito no puede compararse más que con el de usted, dije, pero yo atribuyo en él al compositor más parte que la generalidad.

De que Sorege hubiera pasado por San Francisco en la misma época que él y de que estuviera en el cuarto de Jenny no se deducía que fuese un criminal. Y, sin embargo, si Jenny Hawkins era Lea Peralli... Al llegar á este punto, Tragomer se encontraba ante un oscuro abismo que en vano intentaba sondar.

Jenny Hawkins volvía á su casa, á las diez de la mañana, cargada de flores que acababa de comprar en el mercado de Covent-Garden, y su doncella le dijo al abrir la puerta: Un caballero espera en el salón á la señora. ¿Quién es? Aquí tiene la señora su tarjeta. Juana Hawkins cogió el cuadrado de cartulina y leyó: El conde Juan de Sorege.