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Actualizado: 24 de octubre de 2025


Vamos á ver, Lea, no tienes para qué atormentarte. Yo estoy aquí para defenderte si hace falta. Si Tragomer te molesta yo me encargo de hacerle entrar en razón. Ven aquí, no pienses más que en tus triunfos y ponme buena cara, ¡qué diablo! No nos vemos tan á menudo y bien sabes cuánto te amo... Sorege cogió la mano de Jenny y besó sensualmente su puño delicado y su fresco brazo.

El crimen se había cometido en Francia; en Francia, pues, convenía intentar la revisión del proceso, y la precaución más elemental que era preciso adoptar era evitar todo contacto con Jenny y con su compañero desconocido. Convenía dejarles reponerse do su alarma y hacerles tomar confianza á fin de sorprenderles mejor cuando llegase el momento.

La Hawkins cogió anoche frío y no puede cantar; pero como debe estar pasado mañana en Chicago, se va ahora mismo en el rápido. Adiós cita. Aquí tiene usted una carta que le han traído y en la que Jenny se excusa, sin duda.

Jenny dijo estas palabras en voz baja y, sin embargo, Sorege dirigió al rededor una rápida mirada como para asegurarse de que nadie había podido oir. Con paso de gato fué á la puerta, la abrió silenciosamente, miró á la pieza contigua para ver si estaba vacía y volvió con el mismo paso felino hacia la joven. Se trata de no decir ni hacer tonterías, dijo con dulzura.

Campistrón, domínate; se trata de responder á estos señores. Quieren saber dónde está la compañía de Novelli. ¡Novelli! ¡Novelli! dijo desdeñosamente el antiguo tenor. , por cantar con ese polichinela napolitano me dejó Jenny. ¡Una muchacha que yo hubiera colocado en la Ópera si hubiera querido escucharme! Pero no; se empeñó en cantar de pecho... ¡Ella, cantar de pecho! ¡Horror!

Me encontraba solo, abandonado é infeliz, pero unos amigos se acordaron de y me han sacado de mi desierto. Juzgue usted, pues, de la alegría que experimento esta noche y de mi agradecimiento. Su voz era tan triste, tan dulce, tan tierna, que Jenny se sintió transida de dolor. Pero su enternecimiento no pudo durar mucho tiempo.

No te guardo rencor, puesto que tuviste interés en obrar de ese modo. ¿Pero me conocía también Jenny Hawkins? ¿Por qué? En el momento en que se cerró la puerta, dijiste en voz baja: "¡Cuidado! ¡Tragomer!..." Sorege frunció imperceptiblemente las cejas. Acaso se sentía algo rudamente apurado y empezaba á ponerse de mal humor. Con cierta sequedad respondió. ¿Oíste? ¡Ladino! Tienes buen oído.

Jenny no se tomó tiempo para quitarse el sombrero y el abrigo. Dió el brazado de flores á la doncella, abrió la puerta del salón y entró. Sentado cerca de la ventana, en aquella pieza amueblada de un modo macizo y sin gracia, á la inglesa, Sorege se entretenía en mirar la calle.

, respondió Jenny inclinando ligeramente la cabeza. Este papel no es el mejor de mi repertorio. Si viene usted á oirme la Traviata, le gustaré más. No lo creo, dije con atrevimiento. Me sería muy penoso ver á usted morir en escena. La cantante levantó la cabeza, fijó su mirada en la mía y dijo: ¿Por qué? Porque esa muerte me traería punzantes recuerdos. Jenny se echó á reír. ¡Ah!

Empiezo á comprender. Pero, querido amigo, ¿vamos á echarnos á perseguir á Jenny Hawkins? La empresa podría llevarnos lejos si la moza está recorriendo el mundo. Tranquilícese usted. No se trata, por ahora, de viajar. Eso vendrá, acaso, más tarde. Jenny Hawkins tiene que venir á Londres y no puede escapársenos.

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