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Actualizado: 24 de julio de 2025
Á no ser por el diablo de mi suegro y de sus cow-boys de hijos, te hubiera presentado yo mismo sencillamente y de muy buena gana, y hubieras participado de mi buena fortuna. Eso se hace entre amigos, sobre todo de viaje. Tragomer dejó pasar unos instantes y después, como si le acometiese de nuevo la curiosidad, preguntó: ¿Dónde conociste á Jenny Hawkins! ¡Ah! ¿eso te preocupa?
¿Y Jenny Hawkins me ha hecho esas acusaciones? Y las renovará por escrito. Se ha comprometido á ello formalmente. De todo lo hablado, la despierta inteligencia de Sorege no retuvo más que ese futuro: las renovará. Luego Jenny no había escrito nada todavía. Entrevió la salvación y tuvo un acceso de hilaridad que sonó de un modo extraño en el silencio del salón.
Este, siempre sonriendo, se levantó, atravesó el salón con admirable aplomo y fué á ofrecer el brazo á la cantante. Los dos de pie, en medio de la concurrencia, parecían desafiar la suerte. La altiva frente de Jenny no se bajó y la cantante entró con paso firme en aquel salón, donde sabía que se iba á decidir su porvenir.
Era la misma fisonomía, la misma actitud, la misma mirada, la misma sonrisa. ¿Era posible que existiera tal semejanza, no ya tan sólo física, sino moral? Aquella prueba afirmó mi creencia más de lo que yo deseaba y una turbación extraordinaria se apoderó de mí. Me incliné hacia el banquero y le pregunté: ¿Conoce usted á esta Jenny Hawkins? Ciertamente.
Tiene usted amigos en su casa á quienes obsequiar, ha oído en el teatro á Jenny Hawkins y tiene el capricho de hacerla venir... Si él hace objeciones, insista usted, pero no nos descubra. Esté usted tranquilo. Yo pediré á usted solamente una invitación para un joven inglés amigo mío, que irá por la noche á su casa de usted á tomar una taza de te. ¿Cómo se llama?
Es Juana Baud, y como Juana Baud es Jenny Hawkins, no puede haber error. Tragomer no respondió, abstraído en mirar el retrato, que representaba una hermosa joven morena, de alta estatura, admirablemente formada, desnudos los brazos, escotada y sonriendo con expresión soñadora. Ni un rasgo de la mujer del teatro de San Francisco. Había pues, á no dudar, error de persona.
Quiero decirle de una vez para siempre lo que pienso de su carácter y de sus perfidias. Si no resulta tan comprometido en compañía de Jenny Hawkins, que tengamos que dejarle arreglárselas con el comisario. Pedro de Vesín movió la cabeza. ¡Ah! el mozo es muy fuerte para que pueda usted reducirle tan fácilmente. Está metido en una partida de tal índole, que se defenderá con furor.
El bueno de Harvey no sospecha que él mismo va á conducir á Sorege ante Jenny Hawkins. Vamos, pues, á caer como una bomba en medio de las combinaciones de tus enemigos que no han podido concertarse y que tendrán que defenderse en un terreno difícil y molestados por toda especie de estorbos sociales; lo que vendrá muy bien para hacer igual la partida y darnos probabilidades de triunfo.
Jenny Hawkins era el vivo retrato de Lea Peralli, pero una Lea tan morena como rubia era la otra, más alta y más gruesa. La impresión que experimenté fué sumamente penosa. Me volví á mirar hacia el público para no ver aquel fantasma que allá, en el fin del mundo, venía á recordarme precisamente las dolorosas circunstancias que me habían hecho expatriarme.
La bulliciosa alegría del americano me dió tiempo para reponerme y continué mi interrogatorio. Jenny Hawkins ¿habla el inglés sin acento extranjero? Le habla con mucha pureza, pero usted sabe que en América, como en Francia, tenemos diversas pronunciaciones, según las provincias. No me sorprendería que Jenny fuese canadiense. Hay un ligero matiz francés en su manera de acentuar ciertas palabras.
Palabra del Dia
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