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Actualizado: 24 de octubre de 2025


Lo que importa que sepas desde ahora es que Jenny Hawkins irá á Europa en primavera y cantará en Londres por primera vez desde que cambió de nombre. Se cree bastante segura de su transformación para afrontar las miradas de los que la conocieron en otro tiempo.

Pero había oído aquellas palabras. ¿Quién era aquel hombre que me conocía y que advertía á Jenny que tuviese cuidado cuando yo apareciese?

Obraré con prudencia, esté usted tranquilo. Pero es necesario que trate de ver su juego. ¿Y yo, qué debo hacer? Usted debía tratar de saber quién es Jenny Hawkins, de dónde viene, qué hace. Y acaso fuera también conveniente que hablase con algún magistrado de rango elevado de la posibilidad de un error judicial. ¿Conoce usted al fiscal del Supremo?

El piano resonó de nuevo, y radiante con su traje blanco, de pie en medio del auditorio, al que dominaba por su belleza tanto como por su talento, Jenny Hawkins paseó una mirada de dominación por los concurrentes. Ahora cantaba las dolorosas quejas de la Traviata, cuando la pobre mujer siente que la muerte le roza con su ala.

El lazo entre Jenny Hawkins y Jacobo aparecía ya, y aquel primer hilo de la trama en que el desgraciado había sido envuelto, se dibujaba á los ojos de los dos amigos. ¿Qué hay en mi relato que os asombre particularmente? preguntó Jacobo. Ese nombre de Juana Baud que pronuncias por primera vez. Tenía serias razones para no hablar de esa joven. Las comprenderéis cuando os cuente toda mi aventura.

En este mismo momento Tragomer adquirió la certidumbre de que Jenny Hawkins no era Juana Baud y de que en esto estaba el nudo de la intriga. Era preciso descubrir debajo de Juana Baud á Lea Peralli. Porque la máscara con que la cubría Sorege era doble á no dudar. El conde había levantado la de Jenny y mostrado á Juana; no había nada más que esperar.

Pero ya miss Harvey se había aproximado á Jenny Hawkins y cogiéndole la mano preguntaba: ¿Qué tiene usted, señora, está usted enferma? ¡Nada! balbuceó la cantante... ¡Nada!

Creo conocerle. La otra noche estaba yo jugando al bridge con unos amigos, en el círculo, cuando, en la mesa inmediata, uno de los jugadores derribó la pantalla de su bujía al encender un cigarro y la prendió fuego. El que jugaba con él dijo entonces vivamente: ¡Cuidado! y yo me estremecí al oir esa palabra, pues reconocí la entonación y el acento del que la pronunció en el cuarto de Jenny Hawkins. Me volví prontamente y miré al que acababa de hablar.

Retrocedió un paso y dijo sonriendo á miss Harvey: Nos ha dado usted esta noche una fiesta deliciosa, y miss Hawkins ha cantado de un modo divino. Jenny Hawkins acababa de entrar en su departamento de Tavistock-Street.

Era morena, de facciones regulares, magníficos ojos negros y boca algo grande con unos dientes como perlas. Una mañana desapareció y no se ha vuelto á oir hablar de ella sino con el nombre de Jenny Hawkins, que suena infinitamente mejor que Juana Baud ó Baudier. Los ingleses la creen compatriota y eso les halaga. ¿Cuánto tiempo hace que se marchó? Debe hacer unos tres años.

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