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Se celebró la boda, con la posible solemnidad, en la iglesia de Zaro y luego la fiesta en la casa de Bautista. Hacía todavía frío, y los aldeanos amigos se reunieron en la cocina de la casa, que era grande, hermosa y limpia. En la enorme chimenea redonda se echaron montones de leña, y los invitados cantaron y bebieron hasta bien entrada la noche, al resplandor de las llamas.

Nunca me había chocado tanto como entonces, por el contraste con la cándida sencillez de Elena, la ridiculez de aquellas maneras y de aquellos adornos. Lacante hizo que su hija se sentase y le presentó, uno por uno, sus invitados, añadiendo al nombre de cada cual una nota característica destinada a fijar sus recuerdos. Cuando llegó a , Elena dijo con presteza: A este caballero lo conozco.

Don Germán les dice al oído algunas palabras y les ordena que cada uno por su lado se dirijan a la puerta sin llamar la atención de los convidados. Así lo hacen, pero cuando ya han subido al carruaje, alguien les hace traición; los invitados se enteran, se lanzan a los balcones y les hacen una delirante ovación.

Y los piratas, fatigados, se lanzaron sobre el puente; Kernok dejó a El Gavilán al pairo hasta el amanecer, y fue a gustar de algunos instantes de reposo, con la satisfacción de un hombre opulento que se encierra en su alcoba después de haber dado una fiesta suntuosa a sus invitados.

Era necesario todo este tiempo para que los invitados pudiesen preparar sus disfraces. Exigíase traje de capricho: a los caballeros, cuando menos, la talmilla veneciana sobre los hombros. La prensa comenzó a esparcir el anuncio del baile por todos los rincones de España.

Mientras tanto, para que no se le escapen, hace esfuerzos portentosos por entretener a sus compañeros, hablándoles de lo que más puede interesarles, sobre todo a don Juan, que manifestaba tendencias muy señaladas a desertar, seducido por la idea absurda de dar un paseo por la quinta y hacer una visita al molino como otros de los invitados.

Mientras llegaba el momento, los invitados entraban á saludar á los altos y poderosos señores del Consejo Ejecutivo y á los dos presidentes de la Cámara de diputados y del Senado, que vivían igualmente en el inmenso edificio.

¿Te refieres á Martínez?... ¡Pobre muchacho! Abandonaba la alegre sociedad de sus camaradas, sus paseos en grupo, hasta las fiestas á que eran invitados los oficiales convalecientes, para aburrirse en Villa-Rosa al lado de una mujer que sólo podía llorar.

Pero, para entregarse sin obstáculos á su recreo favorito, y á la vez para facilitar un local más decente á las representaciones escénicas, ya desde el principio de su reinado construyó un teatro en el palacio del Buen Retiro, ante las puertas de Madrid, para que fuese exclusivamente teatro de la corte, y cuyos espectadores habían de ser personajes invitados por el Monarca para acompañarle.

Y Mauricio partió para la Celle-Saint-Cloud, donde Herminia y la señorita Guichard le esperaban para almorzar antes de ir á la alcaldía. En el hermoso jardín, cerca del terraplén que había sido testigo de sus primeras palabras, Herminia y Mauricio se paseaban, bajo la bóveda de árboles, mientras la señorita Guichard recibía á los invitados.