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Después de haber contemplado breves instantes á sus hijos, que ya no corrían, sino que formaban grupo silencioso, dentro del cual estaba el Canelo, hizo que Pedro le trajese la escopeta para tirar al blanco. Fijóse éste en el tronco de un manzano, y por algún tiempo estuvieron resonando tiros en la finca. Todos los presentes fueron invitados á tirar, exceptuando los niños.

El joven no pudo reprimir un sollozo. Entonces Magdalena le miró con sorpresa. Amaury dijo el doctor vuelve al salón y encárgate de despedir a los invitados. Entre Antoñita y las doncellas desnudarán y acostarán a Magdalena: yo te tendré al corriente de su estado. Si no quieres alejarte de ella haré que te preparen una cama en tu antigua habitación.

En efecto, se dirigían todos á la antigua casa de Cpn. Tiago: ¡allí se reunían en busca de un baile para danzar por el aire! Basilio se rió al ver las parejas de la Guardia Veterana que hacían el servicio. Por su número se podía adivinar la importancia de la fiesta y de los invitados.

Era también la hora en que el squire prefería hablar en voz alta, repartir rapé y palmear las espaldas de los invitados a seguir sentado frente a la mesa de «whist». Esta preferencia exasperaba al tío Kimble que, estando siempre alegre en las horas de los negocios serios, se ponía grave y hasta violento cuando se trataba de jugar y beber aguardiente.

Estoy encargado de llevar a la señorita Elena al lado de su padre dije prontamente para destruir en el ánimo de aquella mujer la mala idea que tenía de Lacante. , eso la consolará acaso, si su padre es un poco bueno para ella. ¡No ha sido muy mimada, la infeliz! La llegada de nuevos invitados me obligó a volver al salón. En seguida llegaron los sepultureros.

Cuando nuestros invitados masculinos eran jóvenes, nos hacían la corte a Blanca y a mi, y lo que es yo me divertía bastante; pero cuando eran viejos... ¡Dios mío! surgía siempre la política a darme jaqueca. ¡Oh! ¡Cuánto me ha aburrido la política!

Abajo, en el patio, estaban los invitados, los parientes masculinos de los alumnos, y en las galerías los estudiantes de las cuatro estaciones que, al verse frente á frente, se examinaban con curiosidad, como vecinos de una misma casa, que sólo se tropiezan de tarde en tarde. Iban los más puestos de smoking, muy elegantes, como hijos de buenas familias que eran.

Todos los que no estaban invitados á la fiesta y pretendían verla de lejos, apoyados en la alambrada, se consolaban de su preterición hablando contra la Torrebianca, sus amigos y su marido. Pasó Celinda á caballo, entre los grupos, lentamente y mirando con hostilidad el parque improvisado. Luego, para no oir los escandalosos comentarios de aquellas mujeres, se alejó hacia el pueblo.

Al mismo tiempo dijo con voz débil, como si acabase de sentir una repentina enfermedad: No puedo, amigos míos... Esta noche me es imposible... Otro día, tal vez... Volvió á insistir el grupo de admiradores, y la condesa repitió sus protestas con un desaliento cada vez más doloroso, como si fuese á morir. Al fin, los invitados la dejaron en paz, para ocuparse en cosas más de su gusto.

Por más que quiso replicar Antoñita, no le fue posible, pues sus invitados se aproximaron para despedirse, y se fue Amaury con ellos sin que le fuese dable agregar a lo dicho una palabra.