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Otros dos invitados se encontraron frente á la casa: Robledo y Pirovani.

Los dos hombres se observaban sin dirigirse la palabra y eran vanos los esfuerzos que hacía la señora Liénard para animar la conversación, pues ella deseaba sinceramente servir como de enlace entre sus dos invitados. Así, procuraba llevar al joven Simón a terrenos que le eran familiares.

Y por las trazas, debe tener buen diente y un estómago como las galerías del Depósito de aguas... ¡Ay, Dios mío!, ¡qué egoístas son estos curas...! Lo que yo debía hacer era ponerle la cuentecita, y entonces... ¡ah!, entonces que no se volvía a descolgar con invitados, porque es Alejandro en puño y no le gusta ser rumboso sino con dinero ajeno».

Parécenos interesante exponer la serie de sus escenas, para compararlo con la célebre tragedia inglesa. Jornada primera. Se oye á lo lejos la música de esta fiesta; Roselo desea vivamente asistir á ella; su amigo intenta disuadirlo de esta locura, porque los Castelvines son implacables enemigos de los Monteses; pero al fin acuerdan enmascararse y entrar así con los invitados.

El doctor, que no llegó sino muy tarde a la alegre reunión, buscó por todas partes a Roberto con mirada ansiosa, sin descubrirlo. Entonces dirigiose en particular a uno de los invitados, le preguntó si lo había visto. ; había venido, había lanzado en su derredor miradas extrañas y feroces, luego se había esquivado en silencio cuando se le tendía la mano.

El jardín, iluminado con faroles á la veneciana, aparecía invadido por los invitados. La señorita Guichard se vió en seguida rodeada por sus parientes y por sus amigos. Á una señal de Bobart se desencadenó la tempestad instrumental y exaltó á la concurrencia.

Se bebe por término medio una docena de botellas todos los días. ¡No haga V. caso, hombre! exclamó doña Martina riendo. Este Romillo siempre tiene ganas de bromas. Se las beberán entre él y sus amigachos. Estaban a los postres. Romillo y Valle fueron invitados a tomar café y se sentaron a la mesa.

Los notables del país, invitados á comer, iban llegando. Clementina tuvo que pensar en su atavío. En las angustias de su situación, había olvidado que el tiempo pasaba y que era preciso sacrificarse por el decoro. Pasó rápidamente entre los convidados, á quienes Mauricio y Herminia hacían los honores de la casa, y encontró que ya se había propagado el rumor de la reconciliación.

Iban entrando los invitados en el parque artificial, bajo la curiosidad envidiosa del populacho, mantenido más allá de la alambrada por la vigilancia del comisario y sus cuatro hombres.

Momaren quedó mudo, pues el hecho le parecía tan inaudito, que no encontraba palabras. Los invitados prorrumpieron en alaridos de indignación: ¡Insolente animalucho!... ¡Qué atrevimiento el suyo!... ¡Venir á perturbar con sus patas inmundas una fiesta de alta intelectualidad!...