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Actualizado: 15 de mayo de 2025
¿Y la familia de usted? preguntó la Torrebianca con una expresión austera, desmentida al mismo tiempo por sus miradas. El hombre respondió con el cinismo optimista de un rico, convencido del poder del dinero, que espera arreglar mediante su intervención todos los conflictos. Mi familia quedará en Buenos Aires, mejor instalada que nunca.
Esta hermandad, que debió establecerse en fecha posterior á la que señala Bermejo y Carballo en sus Glorias religiosas de Sevilla, hallábase instalada en la parroquia de San Miguel, cuando solicitó en 1628 permiso del Ayuntamiento para celebrar una corrida de toros en la Plaza del Duque, como se desprende de este documento, hasta ahora inédito, cuyo original existe en el Archivo municipal: «Don Pedro Morel Alcalde de la cofradía nuevamente instituida Dolor de las tres negaciones de san Pedro sita en la parroquial de san Miguel desta Ciudad digo que los hermanos de ella tenemos obligacion de hacer en cada año una fiesta en el tiempo que determinaremos á nuestro padre san Pedro y por ser esta la primera quisieramos hacerla más suntuosa corriendo unos toros sueltos en la plaza intitulada barrio del Duque.
Mi madre no se explica cómo puedo permanecer aquí tanto tiempo. Había venido por quince días. Me escribe carta tras carta, llamándome. Yo debía haber ido a buscarla a Carlsbad y pasar en seguida a cazar en el castillo de unos antiguos amigos. Ha partido sola de Carlsbad; ahora está instalada en la finca de nuestros amigos, y es necesario que yo me decida a reunirme con ella.
Estaremos mejor al aire libre, contemplando el golfo... ¡Venga y no sea niño!... Todo está olvidado. Usted no tiene la culpa. El viejo camarero, que volvía con manteles y platos, no hizo el menor gesto al ver á la pareja instalada en la terraza. Estaba acostumbrado á estas sorpresas.
Nos fué servida sobre el césped de una pradera, á la sombra de un enorme castaño. La señora de Laroque, instalada sobre uno de los cojines del carruaje en una actitud sumamente incómoda, no parecía por eso menos contenta.
Mas una vez instalada ésta hacían falta, como es natural, discípulos; al efecto se hizo una atenta invitación á las clases acomodadas del pueblo y ... ocurrió lo que en Sevilla; se acudió á la clase obrera, y recelosa, como sucede siempre con lo desconocido, tampoco respondió y por último, se llamó á la puerta de la clase media, y ésta, no sin grandes dificultades, y gracias á la generosidad del patrono de la Escuela, que ofreció gratuitamente la semilla ya avivada y hasta su alimento, y á las reiteradas promesas de prosperidad en el resultado, bajo la dirección del inteligente obrero D. José Hidalgo, y sin tener que hacer gasto ninguno de su parte, pues á todos atendió la Escuela, y sí con la seguridad de un beneficio, de mayor ó menor importancia, según la cantidad que criaran, pues íntegro sería para ellos, para de esta manera adiestrarlos en la industria y estimularlos para los años sucesivos.
Doña Laura había abierto la ventana que daba a un denegrido patio, por donde subía el vaho infecto de una cuadra de caballos de lujo instalada en el fondo de él; y acomodándose en un sólido sillón que, como señora gruesa, tenía para su exclusivo uso, se quedó dormida.
Y como si fuese su dueño, la apremiaba con mandatos, unas veces suplicantes, otras imperativos: «Ven... ven». Hablaba de la hermosura de su «cabina» en el mismo piso de los camarotes de lujo, de su techo alto, de la amplitud de su espacio, con profunda cama y anchuroso diván. Pretendía deslumbrar con estas comodidades del tugurio flotante a la pobre amiga, que iba instalada en las cámaras más profundas y obscuras, cerca de la línea de flotación. «Ven... ven.» Podrían hablarse allí sin temor de ser sorprendidos; cruzar sus besos tranquilamente.
Misia Gregoria, instalada en la cabecera, le vigilaba, no fuera a lo mejor a escribir unos rengloncitos a su espalda o recibir algún billete sospechoso; porque eso de que estuviera enfermo, era una mentira como una casa.
Dos piezas interiores completaban el cuarto. Cuando Guillermina, comprendiendo el fin próximo de Mauricia, indujo a Severiana a sacarla del hospital por tercera vez y llevarla a su casa, la señora viuda del comandante cedió su cuarto para tan benéfico objeto, trasladando sus muebles al cuarto de otra vecina. Mauricia fue, pues, instalada en la segunda de las dos salitas.
Palabra del Dia
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