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Actualizado: 28 de junio de 2025
Esto hizo dudar un momento á Castro, que no tenía idea de la importancia del choque entre los dos hombres. Pero su indecisión fué corta. Algo hay que no comprendo y que tú callas.
Es usted tan bueno, dijo Mauricio con alguna indecisión, que me voy á atrever á dirigirle una pregunta verdaderamente arriesgada ... Llegado el caso, ¿consentiría usted en reconciliarse con la señorita Guichard? ¡Consentiré en todo para hacerte dichoso! Pero no te hagas ilusiones; es á Clementina á la que habrá que decidir.
Clementina pretendía que Osorio le hablase. Este creía que era ella quien debía pedirle cariñosamente una explicación antes de formular ninguna queja. Después de algunos días de vacilación, al fin se decidió la esposa a dirigir algunas palabras a su padre, si bien con cierta indecisión y embarazo, pues conocía bien el carácter de éste y mejor aún el suyo propio.
Estas dificultades, hasta entonces no sospechadas, surgían de pronto, como surgen los escollos al rasgarse la bruma cerca de una costa. Un ambiente de duda, de timidez y mutismo se extendía por el buque según éste iba avanzando. Los emigrantes de popa, esquilados, rapados y vestidos de limpio, permanecían silenciosos, con visible indecisión.
Los solemnes ojos del enfermo miraron los de la mujer con una expresión verdaderamente desusada. La vida y la inteligencia parecían luchar para volver a aquella tosca y arrugada cara. Magdalena volvió otra vez sobre nosotros sus negros ojos y sus blancos dientes sonriéndose con una elocuencia singular. ¿Este pobre impedido es?... preguntó el juez con indecisión. Juan dijo Magdalena.
Aquella noche había Carolina confiado sus desdichas e historia a Catalina, y esta excéntrica señorita, en lugar de prodigarle los consuelos de la amistad, mostrábase vehemente, indignada contra la indecisión de Carolina, y defendía las pretensiones de la señora de Ponce del modo más entusiasta y convincente.
En una vitrina, grandes abanicos abiertos evocaban modas desaparecidas y transmitían la sensación encantada de los años en que se habían usado: algunos, enormes, estaban hechos con blanca pluma de garza sobre varillas de ébano; en otros era el plumaje negro y contrastaba pomposamente con el labrado marfil; y en los menos antiguos, alguna escena de pastores se pintaba sobre la indecisión de la seda ajada.
Llenó cuatro vasos; y tomando el suyo, miró en torno de ella con indecisión. ¿Dónde cae el Norte? El conde lo señaló silenciosamente. Entonces la dama fué levantando su vaso con solemne lentitud, como si ofreciese una libación religiosa al misterioso poder oculto en el Norte, lejos, muy lejos. Kaledine la imitó con el mismo gesto de fervor.
Todos ellos tenían la tez pálida, terrosa, los ojos mortecinos: en sus movimientos podía observarse, aun sin aproximarse mucho, cierta indecisión que de cerca se convertía en temblor. Los ojos de las hermosas y de los elegantes se encontraron con los de los mineros, y si hemos de ser verídicos, diremos que de aquel choque no brotó una chispa de simpatía.
Mirábanse unos á otros con indecisión y extrañeza, hurgábanse las narices por hacer algo y acabaron todos por imitar á la madre, llorando sobre el arroz. Batiste, excitado por el coro de gemidos, se levantó furioso. Casi volcó la pequeña mesa con una de sus patadas, y se lanzó fuera de la barraca.
Palabra del Dia
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