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Actualizado: 20 de junio de 2025
En suma, era tan temeroso y destructor el desencanto que Miguel de Zuheros imaginaba haber producido, que hasta los santos y los ángeles se iban volando y abandonaban nuestra tierra desengañada. Pero las cristalinas esferas se habían desbaratado y roto, no giraban ya en arrebatada consonancia y nadie podía oír su musical armonía en los arrobamientos del éxtasis.
Y mirando a las damas que iban y venían, unas elegantes, lujosas, otras enlutadas o con hábito humilde, todas deseando a su modo agradar, todas procurándolo, Mesía imaginaba secretos hilos invisibles que iban de faldas a faldas, de la sotana a la basquiña, del cura a la hembra. En suma, don Álvaro tenía celos, envidia y rabia.
¡Ya me lo imaginaba! ¡Lo de siempre! ¡Ese Fernández se ha empeñado en quitarme los escribientes! ¡Bien! ¡Bien! Haga usted lo que guste; haga usted lo que mejor le convenga; pero no diga que aquí ha estado usted mal retribuído, ¡porque no es verdad! Nadie ha ganado aquí más que usted.
Con la puntualidad de un cronómetro se despertaba a media noche, a las tres y a las seis, agitaba los brazos, a modo de alas, y gritaba imitando al gallo y despertando a los otros enfermos. Ahora no se despertó nadie. El enfermo que se imaginaba ser un gallo se durmió de nuevo. Todo quedó otra vez tranquilo.
Sí, quería deshacerme de él; siempre tuvo la boca algo dura para mí respondió Godfrey, cuyo orgullo se sobresaltaba al pensar que Bryce adivinaba que la necesidad lo había obligado a separarse de su montura . Iba a ver qué ha sido de Relámpago; me imaginaba que había sucedido alguna desgracia.
Mi existencia desligada de muchas vinculaciones como usted ha visto y desengañada de muchos errores ya no pendía más que de un hilo, el cual aunque horriblemente estirado y más resistente que nunca, seguía sujetándome y no imaginaba que nada pudiera quebrarlo.
Cuando Carmen conoció el suceso, por la indiscreción de unas vecinas, quiso inmediatamente tomar el tren, ir en busca de su marido, cuidarle, pues se lo imaginaba abandonado. No fue necesario. El espada llegó antes de que ella partiese, pálido por la sangre perdida, con una pierna obligada a larga inmovilidad, pero alegre y animoso para tranquilizar a su familia.
«¡Y yo que me lo imaginaba a estas horas en la cárcel!... pensó . No habiendo sido aquí, será en Buenos Aires. La policía de allá debe estar mejor informada.» Le produjo alguna sorpresa ver que «el hombre fúnebre» iniciaba un asomo de sonrisa y de saludo. «¡Ah, bellaco!» Ahora le miraba como si quisiera hacerse amigo suyo.
Tal vez se imaginaba que las palabras de doña Manuela conmovían al descarriado, haciéndole entrar en el camino del arrepentimiento; no adivinaba ni aun remotamente que su marido, por una aberración extraña, en la que entraba por mucho el amor propio, comenzaba a entusiasmarse con la belleza algo marchita de la esposa de su antiguo principal.
El juez había adivinado antes todo eso, pero otros razonamientos y la falta de pruebas lo habían distraído y extraviado después. En ese momento acumulaba todas las presunciones, se imaginaba las que le faltaban, para que sus concluyentes aseveraciones sirviesen como una especie de reactivo moral en el corazón de la joven, abriendo brecha en él y dejando ver su interior.
Palabra del Dia
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