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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Al estar cerca de él, vió que era un hombre; al alejarse, reconoció al tío Caragòl. Nadaba lo mismo que los locos y los ebrios, con un esfuerzo sobrehumano que hacía salir fuera del agua la mitad de su cuerpo á cada uno de los braceos. Miraba ante él como si pudiese ver, como si tuviera una dirección fija, sin vacilar un instante, avanzando mar adentro cuando se imaginaba ir hacia la costa.
No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales.
Me fijé en que cada cinco minutos salía al terrado, desde donde se podía ver la puerta de entrada, pero entonces me guardé muy bien de dirigirle preguntas indiscretas. Me imaginaba ser ya una confidente, una cómplice. Era un día claro de septiembre, de una hermosura maravillosa.
Y los que sospechasen, y no dudaba él que algunos sospecharían, que había querido suicidarse, tomarían a risa lo del suicidio y atribuirían a miedo el que no se hubiese realizado. Imaginaba él que, vuelto al lugar, no podría sufrir su nueva situación, porque se le figuraría que se mofaban de él cuando le mirasen a la cara.
Cuando oía describir los rigores que Velázquez había usado en otro tiempo con una de sus amantes llamada la Pitillera, y que esta mujer, lejos de aborrecerle, le adoraba cada día con pasión más firme, quedaba confusa sin comprenderlo; pero sentía cierto cosquilleo interno, mezcla de temor, de curiosidad y apetito ¿Qué será eso? Lo supo más pronto de lo que imaginaba.
Yo estaba sentada junto a la mesa, con los ojos fijos en ella, pues en mí se agitaba el temor de ver a cada instante surgir una nueva aparición, aún más horrible. De rato en rato, cuando se calmaba un poco; sentía un aflojamiento en mis miembros; cerraba entonces los ojos y me dejaba ir hacia atrás, y cada vez me imaginaba que caía en los brazos de Roberto.
Judit pasó también aquella vez una mala noche. ¡Le parecía tan extraña la conducta del Conde! Porque, en resumen, bien pudo haber entrado, sentarse y hacerle una visita. Verdad que ella no estaba muy al corriente de las conveniencias sociales; pero se imaginaba que esto hubiera sido mejor que despedirse de una manera tan brusca.
No debían hacer fuego hasta que él diese la voz. Don Marcelo presenció tales preparativos con la inmovilidad de la sorpresa. Había sido tan rápida é inaudita la aparición de los rezagados, que aún se imaginaba estar soñando. No podía haber peligro en esta situación irreal: todo era mentira.
Quien fijaba su mirada en la de ella creía penetrar a través de mágicos cristales en el seno de un encantado palacio lleno de misterios, o imaginaba hundirse hacia el fondo de transparente lago, poblado de hermosas y vagas creaciones, cuyos divinos contornos no atinaba a comprender con fijeza, porque el más leve suspiro del aura rizaba las puras ondas, y éstas, sin perder ni en claridad ni en pureza, desvanecían y esfumaban toda imagen.
Los dos rivales se hacían responsables del apartamiento de la joven. Cada uno de ellos se imaginaba que de haber quedado solo al lado de ella habría podido retenerla. Pero se habían estorbado con su mutua presencia, acabando por cansar a Nélida en fuerza de rivalidades y celos.
Palabra del Dia
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