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Ni las piedras. Jamás faltó al secreto. Cuando Pepe pasaba dos o tres días sin ver a Paz la escribía, y Pateta, a la hora de salir del trabajo, emprendía el camino del hôtel, donde ella, prevenida por la impaciencia, le aguardaba tras la vidriera del balcón de su cuarto.

A la caída de la tarde, Fermín, después de vagar un buen rato por las calles, para dejar algún espacio entre la salida de la oficina y su visita al amo, se dirigió al ostentoso hotel de la viuda de Dupont. Pasó la verja y el portal con la facilidad de un antiguo servidor de la casa. Se detuvo un instante en el patio, de blancas arcadas, entre los macizos de plátanos y palmeras.

Tenía que ayudar al maestro a desnudarse. Los del hotel se encargarían de enviar el despacho. No; quiero que seas . Yo esperaré... Debes poné otro telegrama. Ya sabes pa quién es: pa aquella señora, pa doña Zol. También «Sin noveá».

Los primeros esquifes de pesca partían las aguas con ondulaciones de color anaranjado; sonaban a lo lejos, veladas por la húmeda brisa mañanera, las campanas de la catedral; comenzaban a rechinar las grúas en la orilla donde el lago deja de serlo, encauzándose para convertirse en el Rhin; los pasos de los criados y los frotes de la limpieza despertaban en el hotel los ecos del claustro monacal.

Te digo toda la verdad: ¡si supieses lo que me costaba rehuirte!... Por las mañanas, al levantarme en el cuarto del hotel, mi primer movimiento era mirar á través de las cortinas para convencerme de que me esperabas en la calle. «Allí está mi flirt; allí está mi novioTal vez habías dormido mal pensando en .

Como necesitaba seguir trabajando, me sentí atraído por la soledad bravía del Cap-Ferrat, península que avanza en el mar su lomo cubierto de pinos. Durante unos meses viví en el Gran Hotel del Cap Ferrat como en un convento abandonado. Muchos días fuí su único huésped, llevando una vida de familia con su director y sus escasos domésticos.

Había llegado hasta allí preocupado por la obscuridad del mensaje. ¿Qué San Carlos era éste? ¿Un hotel?... ¿un paseo?... Como habitante de Mónaco, sólo conocía el Casino en Monte-Carlo. Lo único indudable para él era que el mensaje de Valeria procedía de la duquesa.

Ella explicó cómo había visto a Gallardo, asistiendo a la única corrida que éste llevaba dada en Madrid. Había ido a los toros con un extranjero ansioso de conocer las cosas de España, un amigo que la acompañaba en su viaje, pero vivía en otro hotel. Gallardo contestó a esto con un movimiento afirmativo de cabeza. Conocía a aquel extranjero; le había visto con ella.

Al castillo balbuceó el muchacho, poniéndose colorado . Al mismo tiempo, ocultaba confundido una de sus manos dentro de su blusa. ¿Qué vas a hacer al castillo? volvió a preguntarle. A ver a la señorita Julia. Julia era la camarera de Juana. ¿Quién te envía, hijo mío? Un señor murmuró el niño, cada vez más intimidado. ¿Un señor que está alojado en tu hotel, no es verdad? Si. ¿Un oficial? .

Llegué a Sedán de noche, y no pudiendo a semejante hora dirigirme al castillo de mi protector, aplacé mi visita para el día siguiente, y busqué hospedaje en el hotel de Las armas de Francia, el mejor de la ciudad, que era el punto de reunión de los oficiales, porque Sedán es plaza fuerte y hay en ella mucha guarnición.