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Actualizado: 20 de julio de 2025


Estos salvajes del continente australiano están toda la vida luchando con el hambre, y pasan por larguísimos ayunos. Pero ¿no se producen en Australia frutales? Sólo árboles de goma. Y te advierto que, cultivadas, todas las plantas de Europa dan aquí fabulosas cosechas; sólo que estos salvajes desprecian la agricultura y sólo viven de la caza. ¿Y abundan los cuadrúpedos y las aves?

Al que se insolentaba con el tribunal, multa; al que se negaba á cumplir la sentencia, le quitaban el agua para siempre y se moría de hambre. Con este tribunal no jugaba nadie.

Que en tiempos de escasez padezca hambre el pueblo, el pueblo que trabaja, santo y bueno, pues para eso es pueblo...¡que se fastidie! pero los que están arriba, con sus graneros repletos, ¡ca! los lacayos del magnate nunca han dado más satisfacción a sus apetitos, ellos también.

Comprendí entonces por qué me perseguía la obesa fantasma del viejo letrado; y de sus labios cubiertos por los largos pelos blancos de su bigote, parecióme oir brotar esta acusación desolada: Yo no me lamento por , que estaba ya medio muerto; lloro por los tristes a quienes arruinaste, y que a estas horas, cuando vienes de dormir sobre el fresco seno de tus amantes, gimen de hambre, apiñados, para luchar con el frío, entre el grupo repugnante de leprosos y ladrones en la «Puerta de los Mendigos», ¡allá al pie de las terrazas del Templo del Cielo!

Aun recuerda con llanto de regocijo los días buenos en que él fué don Juan y Manfredo, Sullivan y Don Álvaro. Estos héroes le dieron el prestigio de su poder imaginario entre bambalinas y oropel, y pusieron un poco de oro de leyenda en su vivir menesteroso, a cuyas puertas solía llamar el Hambre con su puño espectral.

Señor repuso con humildad la segunda. ¿Hay algo? Lo de siempre. Peticiones de la ambición, exigencias de la codicia, vanidades del amor propio, arrogancias de la soberbia, desafueros de la maldad, sollozos de dolor y bostezos de hambre. A esos hay que atender primero. Señor, es que son muchos los que piden y pocos los que agradecen. No importa.

También se juró negarse a leer la carta delante de su madre, aunque ella lo pidiera puesta en cruz. «Aquella carta era de él, de él solo». Llegó el coche. Una carretela vieja, desvencijada, tirada por un caballo negro y otro blanco, ambos desfallecidos de hambre y sucios.

Todos escucharon en silencio y embargados por la emoción, el breve relato que de sus desgracias les hizo. Santiago se golpeaba la cabeza: su esposa lloraba: los chicos atónitos le decían estrechándole la mano: ¿No volverás a tener hambre ni a salir a la calle sin paraguas, verdad tiito?... yo no quiero, Manolita no quiere tampoco... ni papá, ni mamá.

Fue aquélla una guerra terrible, que duró semanas y meses... Y la vieja... allí... dijo señalándome, con sonrisa extraña ; la Margarita del clan de los Kilberix, esa vieja de nariz ganchuda, dentro de las estacadas, en medio de sus perros y de sus guerreros, se defendió como una loba; pero al cabo de cinco lunas vino el hambre..., las puertas de las estacadas se abrieron para huir, y nosotros, emboscados en el arroyo, lo exterminamos todo..., todo..., menos los niños y las jóvenes hermosas.

Aquí una vieja estampa sentimental representaba la Princesa Poniatowsky en momento de recibir la noticia de la muerte de su esposo; allí el cuadro del Hambre; enfrente, dos amantes escuálidos, esmirriados y de pie muy pequeño, él de casaca con mangas de pemil, ella con sombrero de dos pisos, se juraban fidelidad junto a un arroyo... Si D.ª Laura no se incomodase, Isidora arrojaría a la calle las tres laminotas... Pues, ¿y la cómoda con su cubierta de hule manchado?

Palabra del Dia

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