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Actualizado: 20 de julio de 2025


28 Y si hubiere hambre en la tierra, o si hubiere pestilencia; si hubiere tizoncillo o añublo, langosta o pulgón; o si los cercaren sus enemigos en la tierra de sus ciudades; o cualquier aflicción o enfermedad que sea;

Sólo aquí puede comerse el Brie fresco, y yo tengo hambre de este queso hace muchos años. El marqués rió. ¡Hacer un viaje de tres mil leguas de mar para comer y beber en París!... Siempre el mismo Robledo. Luego le preguntó con interés: ¿Eres rico?...

No era uno de esos boticarios desgraciados que van en busca de una clientela a las localidades nuevas y que gastan todo su haber en hacer morir de hambre a su único caballo; por el contrario, era un hombre de posición acomodada, tan capaz de sostener una mesa superabundante como el más rico de sus clientes. Desde tiempo inmemorial, el doctor de Raveloe era un Kimble.

Bien es verdad que se me hizo novedad y aun en el gusto, que no era como el de los otros huevos que solía comer en casa de mi madre; mas dejé pasar aquel pensamiento con la hambre y el cansancio, pareciéndome que la distancia de la tierra lo causaba, y que no eran todos de un sabor ni calidad; yo estaba de manera que aquello tuve por buena suerte.

Que hambre.... ¡, que se mama el dedo don Fulano!, ahora mismito van a abrirse los veneros de la riqueza pública.... Que impuestos.... ¡don Fulano habló de economías! Que socialismo.... ¡paparruchas! ¡Atrévanse con don Fulano, y ya les dirá él cuántas son cinco!

El tomó un bodigo de aquellos, el que mejor le pareció, y dándome mi llave, se fue muy contento, dejándome más a . Mas no toqué en nada por el presente, porque no fuese la falta sentida, y aun porque me vi de tanto bien señor parescióme que la hambre no se me osaba allegar. Vino el mísero de mi amo, y quiso Dios no miró en la oblada que el ángel había llevado.

Veinte años bregó con la fortuna su primo Antón, y, por no morirse de hambre, anda hoy de triste marinero ganando un pedazo de pan por esos mares de Dios.

Por distinto concepto se fija la atención en otra sentencia que le sugiere el lujo: «Más quieren las mujeres parecer y ser malas, que no pobres.» ¡Las mujeres! Pues ¿y los hombres? ¿Y el autor? ¿No ofrece él mismo materia para dudar de la sinceridad de las declamaciones, entendiendo que, sitiado por hambre, no estaba todavía rendido?

Don Pablo Dupont hizo llegar hasta él ofrecimientos de limosna para sostener su vejez, aunque le consideraba el principal culpable de todo lo ocurrido, por no haber enseñado a sus hijos religión. Pero el viejo rehusó todo socorro. Muchas gracias, señor: admiraba su caridad, pero moriría de hambre, antes que aceptar una moneda de los Dupont.

Los conquistadores, que tuvieron que luchar con el hambre de las interminables soledades, acallaban su estómago apretándose un punto más el cinturón, y seguían adelante, con el arcabuz al hombro.

Palabra del Dia

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