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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Y ahora, cuando hablábamos de socorrer la miseria, se me ocurrió decirle: 'Frasquito, tráigame una lista de los pobres que usted conozca, para empezar a distribuir limosnas'. La lista pronto se hace, señora mía dijo Ponte contagiado del delirio imaginativo, y pensando que debía encabezar la propuesta con el nombre del primer menesteroso del mundo: Francisco Ponte Delgado.

Hablábamos y reíamos; pero yo en el fondo iba absorto en mi felicidad, gozando de la hermosura del día, del silencio interrumpido por el ruído del mar, de los perfumes de la tierra en otoño. Llegamos a la cima del monte donde se celebraba la romería. Entramos en la ermita.

Pero dejándonos de bromas y ya que hablábamos de vuestro sobrino, ¿cómo ha pasado la noche ese valiente joven, señora María? ¡Qué! ¿conocéis á mi sobrino, tío Manolillo? ¡Bah si le conozco! ¿pero no habéis oído, señora María, ó es que tanto os interesa tener limpias las sartenes, ya que no podéis tener limpia la conciencia?

Corrió un momento, para ella de perfecto olvido de lo que hablábamos, supongo, y de sombría angustia para . Pero sin bajar los ojos, como si le interesaran siempre los rostros que cruzaban en sucesión de film, agregó de costado: Cuando era mi amor, al parecer. Perfectamente bien dicho le dije su amor al parecer. Ella me miró entonces, devolviéndome la sonrisa. No... Y se calló. ¿No... qué?

nos mirabas hace un momento... ¡Oh! tengo buena vista... nos mirabas. Pues bien ¿sabes de qué hablábamos? ¡De ti, querido, de ti, y nada más que de ti! Y todas las noches es la misma cosa.

Convínose en que Pablo pasaría algún tiempo sin venir al Pavol, y ¡cosa increíble, inaudita! desde el día en que Blanca dejó de verle, pareció casi decidida a otorgarle su mano. Hablábamos de él constantemente, hasta combinábamos los trajes de boda, y yo daba pruebas de una resignación estoica, digna de los antiguos hombres. Pero esta resignación era sólo aparente.

No cambie de conversación; ¡si no hablábamos de eso! ¿no es verdad, señor? repuso ella dirigiéndose a Lorenzo. Aunque no fuera así, no la desmentiría, señorita. ¿Tampoco usted es capaz de ser franco? Ya ve si lo sooy; le confieso lo que haría, con toda franqueza. Me doy por vencida: cerremos el capítulo. Voy a juntarles unas flores. Acaso es tarde ya, señorita dijo Ricardo.

Cuando me tranquilice, yo mismo, por mi misma mano, os haré una merienda que os convencerá de que cumplir con mi obligación. Gracias, seguid; hablábamos de vuestros pecados por el desordenado amor que tenéis al dinero. Padre fray Luis, yo creía que con el dinero se conseguía todo. , en la tierra; pero no en el cielo. Ni en el cielo ni en la tierra.

Mientras, tendidos en el declive de una parva, hablábamos de la patria ausente y contemplábamos la sabana, débilmente iluminada por la claridad de la noche y las cimas caprichosas de las pequeñas montañas que la limitan, llegaban a nuestros oídos ruidos confusos desde el interior de la casa, rumor de duro batallar, gritos de victoria, imprecaciones, himnos.

Todavía hablábamos con la familia americana, cuando, delante de nosotros, se para un coche, abre el lacayo la portezuela, y asoma una mujer de hermosa figura. Pone el pié en el estribo, se suspende el traje, habla con el lacayo, y así se estuvo un par de minutos, como para que nosotros admirásemos el bello contorno de su pierna.

Palabra del Dia

lanterna

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