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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Un día que hablábamos de eso salió diciéndome: «Sí, señora, ¿por qué no?» Y es muy capaz de ser un modelo de hermanas de la Caridad; lo mismo para enseñar a los niños, que para cuidar a los enfermos. El señor Cura dijo el otro día, en casa de don Román, que no hay en las Conferencias de San Vicente otra socia como Angelina.
Las casualidades de que hablábamos repitiéronse varias veces, sin que Laura se diese por enterada ni acusase recibo del beso. ¡Era tan leve y tan tímido! Si hubiese mostrado enojo, el pobre Pedro hubiera empeorado y acaso sucumbido. Pero con aquella dulce medicina nuestro mancebo se fué mejorando de un modo rápido, hasta levantarse á los doce días del lecho.
Se le acobardaban los ojos enfrente de los míos, era mucho más comedida en sus regocijadas expansiones, y le daban qué hacer los frunces de su delantal cuando hablábamos solos, tanto como las ideas y las palabras que empleábamos en la conversación.
Acuérdate de lo que hablábamos en nuestra primer noche a la luz de la luna: «El arrogante mes de Mayo, el joven guerrero con armadura de flores busca a su amada la Juventud». ¿Y dónde está en nosotros la juventud? La mía búscala en mi tocador; se la compro al perfumista, y aunque sabe disfrazarme bien, oculta una vejez de ánimo, un desaliento en el que no quiero pensar porque me asusta.
Todos nos dirigimos a él explicándole el suceso, de modo que, como todos hablábamos a un tiempo, imposible era que se hiciese cargo de él. Sin embargo, Paca, a fuerza de chillidos, logró dejarse oír. El guardia no quiso dar la razón a nadie y nos ordenó que fuésemos a la Inspección con él, y así lo hicimos, seguidos de un buen golpe de gente.
Yo, señor dijo balbuceando , he venido á buscar en vos amparo y consuelo. Y yo no os lo niego; pero habéis pecado mucho, y es necesario que reparéis el mal que habéis hecho sirviendo de medio para que el crimen no triunfe de la virtud. Os serviré, señor. Hablábamos de vuestro sobrino. ¿Quién es ese joven? Ese joven, señor, no es mi sobrino dijo Montiño, que temblaba como un azogado.
Esta casa está deshonrada... ¡Qué vergüenza! Si mañana despierta doña María y no la encuentra aquí... Vamos, vamos. Yo espero que me obedecerá. ¿Quién? Asunción. Voy a buscarla. ¿En dónde está? Se ha marchado... Ha huido... Vino lord Gray... En la calle te contaré... Hablábamos tan bajo que nos decíamos las palabras en el oído.
Eso quiero yo, Ana; saber... saberlo todo. Yo también padezco, yo también creí morirme, aquí mismo... sentado ahí... donde otras veces hablábamos del cielo... y de nosotros. Ana, yo soy de carne y hueso también; yo también necesito un alma hermana, pero fiel, no traidora.... Sí, creí que moría.... ¿Por mí, por culpa mía, verdad? ¿Morir por ser yo traidora, si mentía, si me manchaba?...
Por las tardes, cuando reunidos los jóvenes, ponderábamos las magníficas colocaciones que habíamos abandonado, y cuán tristes habían quedado nuestros amigos al vernos partir; cuando enseñábamos daguerreotipos, y bucles de cabello, y hablábamos de María y de Susana, el pobre hombre solía sentarse entre nosotros y nos escuchaba penosamente humillado, aunque sin decir esta boca es mía.
Ya se me figura que es verdad cuanto usted me dice. Yo soy así. Vea usted lo que me pasa: hace un rato hablábamos de flores; pues ya se me ha pegado a la nariz un olor riquísimo. Paréceme que estoy dentro de mi estufa, viendo tantos primores, y oliendo fragancias deliciosas.
Palabra del Dia
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