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Actualizado: 11 de septiembre de 2025
Su curiosidad enfermiza se despertaba, infundiéndole deseos de disecar, por solaz y pasatiempo, aquel corazón. Habíale dicho la infalible penetración mujeril muchas cosas, e incapaz de contentarse con la adivinación discreta, quería la confidencia. Era una emoción más que se brindaba a sí propia en el curso de la estación termal. ¡Qué sé yo en qué pensaba!
Habíale dotado la naturaleza, no sólo de aquella perfecta armonía de todas las facultades del alma, germen del arte, que es la flor más bella del espíritu humano; no sólo poseía todas las dotes, que son tan necesarias al eminente poeta lírico y épico como al dramático, espíritu flexible y vigoroso, facilidad de penetrar profundamente en la naturaleza y la vida humana, sensibilidad ardiente y variada, elevación de la fantasía y de la inteligencia, sino que le adornaban además en supremo grado todas las prendas que caracterizan á los grandes dramáticos, como el conocimiento más profundo de los hombres y de sus inclinaciones, el sentido más perspicaz para comprender las pasiones, sus causas y efectos, juntamente con inagotable imaginación é inventiva, delicada reflexión y el tranquilo y penetrante golpe de vista necesario para trazar y desarrollar un plan dramático.
Huele aquí á contento, á paz, á alegría, á amor... Dios os bendiga, mis amigos, que tenéis sol claro en día de lluvia, y que vivís mientras otros se aperrean. ¿Y qué bueno hacéis, diosa? Escribo á mi padre largamente: antes habíale escrito una brevísima carta, pero no me basta. Estoy impaciente porque mi padre sepa punto por punto... ¿Es decir que os habéis metido á letrado? No os entiendo.
Vio al marqués de Fúcar, que había vuelto ya de Biarritz, orondo, craso, todo forrado de billetes de Banco; a Onésimo, que solía mirar como suyo el Tesoro público, a Trujillo el banquero, a Mompous, al agente de Bolsa D. Buenaventura de Lantigua, y otros. De estos poderosos, unos la conocían, otros no; alguno de ellos habíale dirigido tal cual vez miradas que debían de ser amorosas.
Soñó en la paz de los monasterios, en la ascética fruición de la celda durante los días y noches del invierno, en la deliciosa somnolencia de los rezos en los coros obscuros, entre el olor eclesiástico de los viejos barnices, de la cera, del incienso. El brutal desengaño que sufriera, días antes, al presentarse en la reunión, habíale llenado el pecho de asco y rencor hacia los hombres.
A una de ellas, famosa hechicera, diola el Diablo por añadidura un rostro hermosísimo. Uno de los guardas habíale dicho, punto por punto, el delito de ambas mujeres. Ramiro escuchó entonces la adulterada historia de la conspiración por él descubierta.
No hace más cosa en el día que perfumarse e cantar. El mancebo recordó el incidente de aquella flor que una mano de mujer habíale arrojado al rostro la víspera. La anciana continuaba: Es hurí del cielo más alto. Si te place tratalla, vente agora a la zaga de mí, sin hablarme. Ramiro la siguió desde lejos. Cuando hubo llegado a la puerta de una casa algo apartada, la mujer llamole con vago ademán.
Dejando instalados a sus extraños huéspedes, todos como en cuerpo y alma, bajó Pablo a la bodega, y volvió al rato con copas de cristal y botellas cubiertas de polvo y telaraña. Estaba pálido y tembloroso, pues en el estado de sobreexcitación en que se hallaba, habíale asustado como espectros un par de lauchas que corrieran en la obscuridad de la bodega.
Barbarita le quería mucho. Habíale visto en su casa desde que tuvo el don de ver y apreciar las cosas; conocía bien, por opinión de su padre y por experiencia propia, las excelentes prendas y lealtad del hablador. Siendo niña, Estupiñá la llevaba a la escuela de la rinconada de la calle Imperial, y por Navidad iba con él a ver los nacimientos y los puestos de la plaza de Santa Cruz.
Se comprende que no se trató de ninguna clase de arreglo; en cuanto a la elección de las armas, claro está que el señor de Maurescamp, después de lo que había pasado en las diferentes ocasiones que habían tirado el florete con de Sontis, habría preferido la pistola; pero si el acto de tan mal gusto del oficial, de aceptar la oferta de la señora de Maurescamp, habíale dado al marido el papel de ofendido, éste había perdido su derecho, dejándose llevar de otro más sangriento.
Palabra del Dia
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