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Actualizado: 11 de septiembre de 2025
Cuatro años habían pasado desde la introducción de mi primo en la sociedad: habíale perdido ya de vista, porque yo hago con el mundo lo que se hace con las pieles en verano; voy de cuando en cuando, para que no entre el olvido en mis relaciones, como se sacan aquellas tal cual vez al aire para que no se albergue en sus pelos la polilla.
Así, pues, habíale inspirado una de esas pasiones terribles y serviles que son en general el privilegio de los viejos, pero que los jóvenes depravados experimentan algunas veces como anticipación hereditaria. Primeramente le había conquistado con su gracia y su fama, y acabó de subyugarle con los caprichos fantásticos con que lo atormentaba.
Faltaban, pues, aquella noche los duques de Astorga, que con gran acierto habían sido elegidos por el nuevo monarca para formar parte de la alta servidumbre de la joven reina; los condes de Orduña, nobles figuras del antiguo bando carlista, fiel siempre a la desgracia, y la marquesa de Lebrija, cuyo prurito de socorrer y presidir asociaciones pías habíale conquistado justamente la doble fama de caritativa y de vanidosa.
Una dama angelical, conocidísima en los altos círculos por su ingenio, su elegancia y su belleza, habíale arrancado, en un banquete, una confesión explícita, aunque no pública, de sus nuevas simpatías dinásticas... Un ramo de violetas había sido la ocasión, y un ángel fue el instrumento. ¡Feliz el atleta que entra en la nueva senda bajo tan poéticos auspicios!...
Al hereje responderás con la palabra de la verdad, tratándole como amigo perdido que hay que reconquistar, no como enemigo que es preciso vencer, y rezarás por la salvación de quien persista en el error, pues ya que la religión no sea patrimonio de todos, séalo al menos la piedad. No mortifiques al moribundo con el recuerdo de sus delitos aquí abajo; habíale de sus esperanzas allá arriba.
Habíale parecido su mujer hermosa: pero entonces le pareció que la hermosura de su mujer no pertenecía á la vida, que tenía algo de fantástico, de divino. ¡Juan de mi alma! le dijo doña Clara ; vámonos de aquí: me parece que me van á arrancar de tus brazos, que se va á cerrar de nuevo esa puerta, que no te voy á volver á ver.
Y el mismo curioso autor contemporáneo de estos sucesos, añade, después de haber dicho que el padre del marqués habíale afeado á su hijo la primera disputa en la Aduana, aquella tarde del día 21 de Diciembre de 1638: «Los parientes del difunto, que son muchos y muy calificados, conocieron la razón, y que su propia presunción y soberbia le quitó la vida al don Martín de Medina, marqués de Buenavista, si ya no discurrimos que el no haber querido desistir, habiéndose interpuesto el padre, y reprendídole diciéndole que estaba muy soberbio y vano, le ocasionó la muerte, como sucederá con los que no obedecen á sus padres.»
Pensó en el cilicio, lo deseó con fuego en la carne, que quería beber el dolor desconocido, pero el Magistral había prohibido tales tormentos sabrosos. El primer objeto a que Ana quiso aplicar su caridad ardiente, fue la conversión de su marido. Santa Teresa había trabajado por la piedad de su padre, que ya era cristiano de los buenos, pero habíale ella querido más piadoso todavía.
Antes se contenían aún por la común falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear. Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca.
Milagros habíale pagado más de la mitad de su deuda, y el resto se lo daría seguramente el domingo próximo, con más algo que deseaba dejar en su poder como reserva. Segura de salir bien del compromiso más urgente, aquella señora tan frescota y lozana se creía en el caso de hacer gala de su entereza, de una virtud menos sensible al autor que al interés.
Palabra del Dia
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