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Estos tres jóvenes vagaron juntos por las calles, acercándose á los grupos, preguntando á todos, contando noticias fraguadas por la fecunda imaginación del poeta, hasta que, llegada la noche, se dirigieron al parador del Agujero, sito en la calle de Fúcar, á esperar á unos amigos de Javier, que llegaban aquella misma noche de Zaragoza.

Mal concordaban estas ideas con las que Golfín tenía de la posición y arraigo de los señores de Bringas, pues como había visto tantas veces a la feliz pareja en los teatros, en los paseos y sitios públicos, muy bien vestidos uno y otra; como además había visto a Rosalía paseando en coche en la Castellana con la marquesa de Tellería, la de Fúcar o la de Santa Bárbara, y aun creía haberla encontrado en alguna reunión elegante, compitiendo en galas y en tiesura con las personas de más alta alcurnia, suponía, dando valor a estos signos sociales, que D. Francisco era hombre de rentas, o por lo menos, uno de esos funcionarios que saben extraer de la política el jugo que en vano quieren otros sacar de la dura y seca materia del trabajo.

Vio al marqués de Fúcar, que había vuelto ya de Biarritz, orondo, craso, todo forrado de billetes de Banco; a Onésimo, que solía mirar como suyo el Tesoro público, a Trujillo el banquero, a Mompous, al agente de Bolsa D. Buenaventura de Lantigua, y otros. De estos poderosos, unos la conocían, otros no; alguno de ellos habíale dirigido tal cual vez miradas que debían de ser amorosas.

Quería ir pronto a la oficina, donde tenía cita con el marqués de Fúcar y con el ministro para tratar de salvar al Tesoro, haciéndole un préstamo. «¡Ah!, se me olvidaba... murmuró, echando la vista sobre una carta . Francisco, dile al señorito Joaquín que suba». Joaquín Pez, el mayor de los Pececillos, tenía treinta y cuatro años.

En vista, pues, de la anterior consideración, yo tengo por evidente que el pobre ganapán, el obscuro y desvalido destripaterrones, está por lo menos tan interesado como el Fúcar o el Creso, en la prosperidad y buena gobernación de la república.

Ni en la arquitectura antigua ni en la moderna se ha conocido un monumento que justificara mejor su nombre que el parador del Agujero en la calle de Fúcar. Este nombre, creado por la imaginación popular, había llegado á ser oficial y á verse escrito con enormes y torcidas letras de negro humo sobre la pared blanquecina de la fachada.