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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Puede usted admirarlo; le doy permiso dijo el ingeniero . Lo compré hace pocos días. Una rica pieza, ¿eh?... Pero el criado, sin hacer caso de su tono burlón, contestó: Lo pondré aparte. Temo que á la salida se equivoque alguno y se lo lleve, dejando el suyo al señor. Y guiñó un ojo, señalando al mismo tiempo los gabanes de aspecto lamentable amontonados en la antesala.
Vamos, Placidete, ¡que no es dinero perdido! Y acompañó estas palabras con un guiño significativo. Plácido recordó el caso de un estudiante que ganaba cursos regalando canarios, y dió tres pesos. Mira, ¿sabes? escribiré claro tu nombre para que el profesor lo lea, ¿ves? Plácido Penitente, tres pesos. ¡Ah! ¡escucha!
Anoche, según me dijo D. Francisco de Quevedo, estaba algo excitada. Por eso yo venía a ver... ¡Qué disparates hace! ¡Ya lo creo que es disparate! ¿Y usted no sospecha dónde podrá estar? Yo... nada. En fin, esperaremos. Sentose el regente dos escalones más abajo, y la santa guiñó los ojos para mirarle.
El plumario, que era mozo muy socarrón y amigo de donaires, díjose para el cuello de su camisa: Al fin ha arriado bandera esta prójima y quiere parlamentar. Decididamente tengo mucho aquel y mucho garabato para las hembras, y a la que le guiño el ojo izquierdo, que es el del corazón, no le queda más recurso que darse por derrotada.
Fernanda se sentó y permanecía seria y pensativa. Sí, sí; debes ir, Santos manifestó Manuel Antonio. Repara que la chica ha dejado una silla vacía a su lado... No puede insinuarse de modo más claro. Al decir esto hizo un guiño al conde.
Bocas sin rostro, clamantes, agoreras, pasaban en la obscuridad interior vociferando presagios indescifrables. El no quería escuchar y se burlaba de sus recelos. ¡Estaba tan seguro de su profunda fe religiosa! Aun cuando fuera una infiel, ¿qué importaba? Aquel deleite sería un instante, un guiño de ojo en su vida.
A cuantos encontraba detenía con guiño misterioso, y metiéndose en el portal más próximo les mostraba, lleno de emoción, el contrabando que traía oculto. Ninguno preguntaba lo que iba a hacer con él. Sonreían, le apretaban la mano significativamente y solían preguntarle al oído: ¿Para cuándo? Esto para la noche, pero a las doce sale la carroza. ¿Se escaparán? ¡Ca! Están bien tomadas las medidas.
Con frecuencia desaparecían alumnos del Seminario, y los catedráticos contestaban con un guiño malicioso a las preguntas de los curiosos: Están «allá»... con los buenos. No pueden ver con calma lo que ocurre. Cosas de chicos... calaveradas. Y las tales calaveradas les hacían sonreír con paternal satisfacción.
Magdalena sonriendo entre provocativa y burlona, al mismo tiempo que se prendía las últimas horquillas en el moño, volvió la cara hacia su amante, hizo un guiño muy expresivo y dijo: Hazte socio, monín. Oye ¿y cómo se llama esa hermandad? La hoja de parra. ¿Y para qué es?
Al sorprender la mirada de Fernando fija en él maliciosamente, le contestó con un leve guiño. «Sí; el cargo no era malo... Puramente platónico, pero algo es algo.» Permaneció Ojeda toda la tarde cerca de Mina, contemplando estos juegos que parecían volverlos a todos a las alegrías de los primeros años. Ella le miraba con el rabillo de un ojo, agradeciendo su permanencia como una prueba de amor.
Palabra del Dia
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