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Actualizado: 31 de mayo de 2025
¡Ole por el padrino! gritaron los compadres con entusiasmo. Y entre el furioso palmoteo de todos la novia y el padrino chasquearon los palillos y empezaron á moverse acompasadamente uno frente á otro. La cantaora, con voz penetrante, cantó: «Á la señora novia sacadla á bailar, para que se despida de su mocedad.» ¡Bueno va! ¡Oblíguela usted, padrino! ¡Vivan las novias saladas!
Gritaron las mujeres, se conmovieron los hombres, acudieron los criados. Todos están tan asustados que no saben más que gritar: ¡Un médico...! ¡una jofaina...! ¡un vaso de agua! El vómito fue terrible. Pensaron que se quedaba en él. Cuando cesó le transportaron a una cama en las habitaciones que había ocupado Tristán de soltero.
Merced al desorden que este nuevo lance produjo en el duelo, la viuda logró alcanzar con las uñas el pelo de su adversaria; zarandeóla un rato á su gusto, gritaron entrambas con horribles imprecaciones, terciaron los hombres en el asunto, hubo diferencias entre ellos, sacudiéronse el polvo algunos; y en pocos instantes aquella mugrienta habitación se transformó en un campo de batalla, verdaderamente aterradora; batalla que hubiera costado mucha sangre, á no presentarse en la sala, muy á tiempo, el Alcalde de mar.
¡Fuera el chulo sietemesino! ¡Que baile! contestaron desde arriba. ¿Se dirige V. a mí? dijo uno levantándose con arrogancia. Me dirijo al que haya sido. Pues nos veremos las caras al salir. Se la veré a usted para escupírsela contestó Enrique encolerizado. ¡Fuera, fuera! ¡Que se siente ese babieca! gritaron desde arriba. No tuvo más remedio que hacerlo.
¡Bravo, bravo! gritaron entusiasmados algunos. ¡Bien por Sandoval! ¡Bravo por el guante! añadieron otros. ¡Que nos arroje el guante! repitió Pecson desdeñoso, y ¿despues? Sandoval se quedó parado en medio de su triunfo, pero con la vivacidad propia de su raza y su sangre de orador se repuso al instante.
¡Hurra! ¡Muerte a los ingleses! gritaron los diez y nueve piratas que quedaban en estado de combatir, ennegrecidos por la pólvora y por el humo, y desnudos hasta la cintura para maniobrar con más facilidad. Y una especie de alegría feroz y delirante los exaltó.
En mi primer viage á la costa de Madera el año de 1752 sobre el Paraná, estando á la orilla gritaron yaguarú, y mirando ví un grande animal al tiempo que se arrojó al agua desde la orilla; pero no tuve el necesario para examinarle, con algun grado de precision. Llámanle yaguarú ó yaguaruich, que en lengua de aquel pais significa el tigre de agua.
Luego, las señoras sostenían en la mano una aguja, y los jugadores corrían para arrodillarse a sus pies, procurando con angustiosos titubeos enhebrar el hilo que llevaban en su diestra. Comenzó a murmurar el público contra la monotonía de estos juegos. ¡El chancho! gritaron muchos . ¡Que pinten el ojo al chancho!
¡Bravo, Yonson! exclamaron los arqueros. ¡Cuatrocientos veinte pasos! dijo un ballestero que con Arnaldo acababa de medir la distancia exacta y llegó corriendo al grupo. Pues ahora veréis cómo vuela un buen dardo del Brabante, dijo tranquilamente el ballestero. ¡Por la cruz de Gestas! gruñó Tristán, ha caído cerca de la quinta pica. ¡No, más allá, más allá! gritaron entusiasmados los flamencos.
El talle, el contorno de toda la figura, la genuflexión ante el altar, otras señales que sólo él recordaba y reconocía, le gritaron como una explosión en el cerebro: ¡Es Ana! La beata de la celosía continuaba el rum rum de sus pecados. El Magistral no la oía, oía los rugidos de su pasión que vociferaban dentro.
Palabra del Dia
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