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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Un reloj dio la hora. Eran las tres de la tarde. Ya en la puerta que el Seminario tiene por la calle del Duque de Alba, los sicarios del lego formaban un grupo imponente, montón de humanidad digno de un basurero, en el cual brillaban aceros de navajas y burbujeaban blasfemias. Gritaron, golpeando la puerta. Tablas se presentó, quiso mandar; pero no le hicieron caso.

¡Bien, bien, Pepe! gritaron los otros comensales . Ahora le toca cantar a Marisalada. Que cante Marisalada. Nosotros no somos gente de levita ni de paletós; pero tenemos oídos como los tienen ellos; que en punto a orejas, no hay pobres ni ricos. Ande usted, Mariquita, cante usted para sus paisanos que lo entienden; que las gentes de bandas y cruces no saben jalear en francés.

¡A bailar, a bailar! gritaron Paco, Edelmira, Obdulia y Ronzal. Para Trabuco era el paraíso aquel baile que él llamó clandestino, allí, entre los mejores, lejos del vulgo de la clase media.... Se entreabrió la puerta para oír mejor la música, se separó la mesa hacia un rincón, y apretándose unas a otras las parejas, sin poder moverse del sitio que tomaban, se empezó aquel baile improvisado.

Protesto dijo con la mayor energía contra las acusaciones lanzadas á mi patria, á la noble capital de Aragón, por ese señor, cuyo nombre no ... ni quiero saberlo. Desobedecerlo gritaron varias voces. Señores, dejadme continuar. ¡Que siga, que siga!

Y para hacer su pacotilla repuso el incorregible filósofo. Por eso os bendecimos, padre mío gritaron los otros contrabandistas a fin de ahogar aquella impertinente interrupción.

El estallido lejano de un cohete les hizo á todos levantarse de sus asientos y salir fuera del pórtico. ¡Ahí están los ramos! gritaron los chicos. La pequeña iglesia de Entralgo se halla situada en la falda de la colina y dista del pueblo dos tiros de piedra. Desde el campo que hay delante se domina bastante bien el valle.

Hasta hace dos meses no me atreví á decirle que la quería sino con los ojos; ya lo habrán ustedes notado. El viernes pasado me dió un rizo de pelo. Pensé que me volvía loco de alegría... Fué la tarde en que les pagué á ustedes la merienda y unas cuantas botellas de amontillado... ¡Mentira! ¡mentira! gritaron todos á un tiempo. ¡No has pagado nada!

Y si por casualidad alguno lo llevase, es bien seguro que no le pasaría siquiera por el pensamiento jugar con él. Don Rosendo, al oir la frase, quedó repentinamente mudo y pálido. Un fuerte murmullo de sorpresa corrió por todo el ámbito del teatro. Algunos gritaron: ¡Fuera! Otros dijeron: ¡Chis, chis!

Piensa que voy hacia la muerte si no me salvas. Ferragut la oyó, y para huir de su gemido fué alejándose hasta el fondo del camarote. Luego abrió el ventano redondo que daba sobre la cubierta, ordenando á un marinero que buscase al segundo. ¡Don Antòni! ¡don Antòni! gritaron varias voces á lo largo del buque.

¡Lo mismo digo! gritaron otras muchas voces alrededor de Simón . ¡Fuera ese artículo! ¡Abajo la comisión! ¡Orden! gritaba el presidente dando bastonazos sobre la mesa. ¡Afuera la canalla! vociferaban los señores propietarios, encarándose con la masa tabernera. ¡Abajo los tiranos! gritaban algunos caldistas desde lo último de la sala . ¡Viva el pueblo que trabaja!

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