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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Los argentinos se removieron en su altura con voces de extrañeza y protesta. ¿Ya no disparaban más? ¿Y aquello era todo?... Les habían robado el dinero. ¡Tongo... tongo! gritaron al mismo tiempo. Uno de ellos, cogiendo un pedazo de roca suelta, quiso arrojarla a guisa de felicitación sobre los adversarios reconciliados.
Miró el gran Constantino a la Regenta y tomándole la cabeza con ambas manos la besó con estrépito en la frente; y después dijo: ¡Pero qué hermosísima está hoy esta rosa de Jericó! ¡A la catedral, a la catedral! gritaron los del salón.
Vamos a salir impulsados por una buena brisa NO. y a farolear por el estrecho de Gibraltar; y si San Nicolás y Santa Bárbara nos ayudan, ¡pardiez!, volveremos con los bolsillos llenos, muchachos, para hacer bailar a las chicas de Saint-Pol y beber vino de Pempoul. ¡Hurra! ¡hurra! gritaron todos en signo de aprobación.
Algo como la tos prolongada de un gigante resfriado, algo como debe ser el quejido de una foca a la que arrebatan sus chicuelos, llegó a nuestros oídos, y todos los muchachos del servicio de a bordo gritaron en coro: «¡El Montoya!» Es necesario saber que, siendo el Montoya de la misma compañía y teniendo nosotros la bandera a media asta en popa, lo que era pedirle se detuviera, éranos lícito regocijarnos en la esperanza del transbordo.
La causa fue, que la achacaron que era larga en los razonamientos, no muy pura en los versos, y desmayada en la invencion. Tachas son estas, respondí yo, que pudieran hacer parecer mal á las del mesmo Plauto. Y mas, dixo él, que no pudieron juzgalla, porque no la dexaron acabar segun la gritaron.
Pablito, cuyo rostro ya sin jabón estaba tan blanco como cuando lo tenía, dejó escapar aquí un jipido tan extraño y doloroso, que Piscis que venía observando con ojos recelosos al barbero, saltó repentinamente sobre éste y le sujetó los brazos. Pablo se levantó entonces de un salto. El dueño y los mancebos y todos los parroquianos gritaron a un tiempo: ¿Qué es eso?
Al llegar a las curvas, el viejo landó se torcía y rechinaba como si fuera a hacerse pedazos. La superiora y Catalina rezaban; el demandadero gemía en el fondo del coche. ¡Alto! ¡Alto! gritaron de nuevo. ¡Adelante, Bautista! ¡Adelante! dijo Martín, sacando la cabeza por la ventanilla. En aquel momento sonó un tiro, y una bala pasó silbando a poca distancia.
Y revolvió los ojos en todas direcciones, como buscando debajo de alguna mesa o en lo alto de algún étagére a la nueva camarera. Pero ¿quién es?... ¿Quién es? gritaron todos. Isabel Mazacán dejaba escapar una sonrisita maliciosa, como quien saborea un triunfo anticipado; presentó una copa a Paco Vélez para que se la llenase de whisky, vacióla de un trago, y acabó al fin de soltar la bomba.
Pero, pasado este primer movimiento, el natural indiferente y brutal se adueñó otra vez de ellos, y todos, en un impulso espontáneo, gritaron: ¡Hurra! ¡Viva El Gavilán y el capitán Kernok! ¡Hurra! ¡muchachos! dijo él . Y bien, ya lo veis; El Gavilán tiene el pico duro; pero ahora hay que pensar en reparar las averías. Según mi estima, debemos estar por el lado de las Azores.
Ofreció uno a don Víctor, diciendo: Vamos, Quintanar, usted que es cazador... y yo que también lo soy... ¡al monte! ¡al monte! Y con los ojos, al decir esto, se lo comía, y le insultaba llamándole con las agujas de las pupilas idiota, Juan Lanas y cosas peores. ¡Bravo, bravo! gritaron aquellos señores, que aplaudían el heroísmo ajeno.
Palabra del Dia
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