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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Buscaba los coches de primera, porque en ellos encontraba departamentos vacíos. ¡Qué de aventuras! Una vez abrió sin saberlo el reservado de señoras; dos monjas que iban dentro gritaron: «¡Ladrones!», y él, asustado, se arrojó del tren y tuvo que hacer a pie el resto del camino.

¡El Hombre-Montaña va á escaparse! gritaron miles de voces. Otros se alegraron de esto, aceptándolo como una solución beneficiosa para el país, ahora que necesitaba concentrar todas sus actividades en la guerra contra los hombres. Todos vieron cómo se inclinaba sobre los peñascos que defendían el lado exterior del muelle formando una línea de rompeolas.

EL FILÓSOFO. Es decir: nos es cara... a nosotros. ¡Pero Dios haga que ese capital, colocado aquí en oremus, nos proporcione allá arriba la vida eterna! ¡Silencio, el hereje! gritaron. El fraile hizo un gesto despreciativo y continuó: ¡Cuán cara me es vuestra salvación!... porque yo me expongo a pasar días enteros con ese hijo de Satanás, para que Dios no se irrite de vuestras relaciones con él.

Hullin colocó a Catalina en el trineo sobre un montón de paja, y Luisa se sentó a su lado. ¡Vamos, ya están ustedes aquí! exclamó el doctor ; gracias a Dios. Y Frantz Materne agregó: Si no fuera por usted, señora Lefèvre, crea que ni uno solo abandonaría esta noche el monte; pero por usted no hay nada que decir. No gritaron los demás ; nada tenemos que decir.

¡Vamos! ¡vamos! gritó con voz ronca. Y seguido de los dos mozos se lanzó, á la carrera. ¿Qué hay?... ¿qué sucede? gritaron varias voces. Celso, sin dejar de correr, volvió la cabeza y dijo: Demetria se ha caído á la mina por un pozo. Entonces de aquella muchedumbre salió un grito de dolor. Hombres, mujeres y niños, todos se lanzan detrás de los tres hombres, que les llevaban ya bastante delantera.

Por último, divisamos una, y un rato después la mole confusa de un navío que corría el temporal por barlovento, y aparecía en dirección contraria a la nuestra. Unos le creyeron francés, otros inglés, y Marcial sostuvo que era español. Forzaron los remeros, y no sin trabajo llegamos a ponernos al habla. «¡Ah del navío!», gritaron los nuestros.

Díganos usted un día cualquiera, que aunque luego resulte otro, pensaremos que no ha sido por su voluntad. Bueno, pues mañana. ¡Eso tampoco! gritaron ambas solteronas alborozadas. No son ustedes fáciles de contentar. ¿Qué día quieren que me case? Señálenlo ustedes. El conde no había dicho una palabra a nadie de la ruptura de su matrimonio.

Alvaro Peña, que era hombre despachado y de arranque, se decidió a dar unos pasos hacia la boca del telón, y dijo en voz alta: Señores. ¡Chis, chis! ¡Silencio! gritaron algunos. Y reinó el silencio. Hace algunos días me indicaba nuestro dignísimo presidente que estos intereses se hallaban abandonados, ¿eh?, y que era necesario a todo trance fomentajlos.

¡El comendante!, ¡el comendante! gritaron todos los presentes.

¡, ! gritaron . ¡Que hable Golbasto!... ¡que recite versos! El poeta nacional se inclinó como si quisiera empequeñecerse delante de Momaren. ¡Recitar dijo con énfasis mis humildes obras, incorrectas y anticuadas, en la casa donde vive el más grande de los poetas, al que reconoceré siempre como maestro!...

Palabra del Dia

rigoleto

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