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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Soldados, les dijo, vengo á anunciaros que la Guardia Blanca acaba de ser objeto de un alto honor. El príncipe nos ha elegido para formar la vanguardia y seremos los primeros en atacar al enemigo. Si alguno de vosotros vacila en este momento.... ¡Os seguiremos hasta el último! ¡Viva nuestro capitán! gritaron á una los arqueros. Bien está. ¡Por San Jorge! no esperaba menos de vosotros.
¡Por la futura del patrón!... gritaron en coro todos, cuando llegó Ramona que, tocando suavemente en el hombro a Melchor, le dijo: Se avista a don Ricardo que viene con Juancito y regresó a las piezas de la casa, no sin mirar despreciativamente a la rabia enrojecida que su patrón tenía al lado.
Se leyó el pedimento, y gritaron á una: que aquello era lo que pedian, y lo único que querian se egecutase. Seguidamente se leyeron varios capítulos que habia meditado el Exmo. Cabildo para el caso en que se hiciese lugar á la ereccion de la nueva Junta.
Al llegar a don Paco, que dejó Juanita para lo último, dijo: «Sino con este», y le dio un abrazo muy apretado. Don Paco la tomó por la cintura, la chilló, la aupó y la levantó a pulso dos o tres veces en el aire. Todos aplaudieron y gritaron: ¡Que vivan los novios! Anunciada ya la boda para lo más pronto posible, los futuros esposos fueron felicitados.
Los diez marineros y el segundo de la Urna de San José se miraron palideciendo; no obstante, gritaron con voz un poco temblorosa, es verdad: ¡Viva el rey! ¡Adelante la Urna de San José y el valiente Santiago!
El fuego del Real Carlos se pasó al San Hermenegildo, y entonces... ¡Virgen del Carmen, la que se armó! ¡A las lanchas!, gritaron muchos. El fuego estaba ya ras con ras con la Santa Bárbara, y esta señora no se anda con bromas... Nosotros jurábamos, gritábamos insultando a Dios, a la Virgen y a todos los santos, porque así parece que se desahoga uno cuando está lleno de coraje hasta la escotilla.
»Al acercarse a palacio, donde quiso entrar para ver al rey y a la reina, los centinelas le gritaron: «¡Atrás!» Entonces dio la vuelta y penetró por una puerta trasera en una pieza muy grande, donde vio entrar y salir mucha gente. Preguntó quiénes eran y supo que eran los cocineros de su majestad.
¿Y usted, señor de acá? le preguntaron de allí a poco, ¿qué es? ¿quién es? Soy español y me llamo don Juan Fernández. Para servir a Dios dijo el padre. Y a Su Majestad la reina nuestra señora añadió muy complacido y satisfecho el español. A la cárcel gritó una voz; a la cárcel gritaron mil. Pero, señor, ¿por qué?
De pronto sonó en la huerta un ¡ah! prolongado y gozoso, como los que lanza la multitud en presencia de los fuegos artificiales. Todas las recogidas miraban al disco, que se había movido solemnemente, dando dos vueltas y parándose otra vez. «Aire, aire» gritaron varias voces. Pero el motor no dio después más que media vuelta, y otra vez quieto.
¡Descalza! gritaron las tres damas. Pues claro, hijas, ahí está la gracia.... Ana ha ofrecido ir descalza.... ¿Y si llueve? ¿Y las piedras? Pero se va a destrozar la piel... Esa mujer está loca... ¿Pero dónde ha visto ella a nadie hacer esas diabluras? ¡Por Dios, Marquesa, no blasfeme usted! Diabluras un voto como este, un ejemplo tan cristiano, de humildad tan edificante....
Palabra del Dia
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