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Actualizado: 3 de mayo de 2025
El autor caminaba despacio, con largos titubeos, pero cuando avanzaba el pie, lo ponía en firme, como hombre a quien guían y llevan del brazo todos los sabios de la tierra. La erudición corría como un torrente por la parte baja del libro. Amontonábala Maltrana con una facilidad exenta de escrúpulos.
Lo vio Fernando asomar la cabeza por la puerta de una escalera tímidamente. Después de largos titubeos avanzó al fin con cierto encogimiento. Vestía un traje blanco, rutilante, majestuoso, sobre el cual parecía destacarse con mayor relieve la fealdad grandiosa de su cara, a la que encontraban algunos cierta semejanza con la de Beethoven viejo.
Vistiendo un smoking azul con galones de oro, brillándole la calvicie sudorosa y acariciándose las barbas, iba desenredando lentamente su madeja oratoria. Una gran parte del auditorio no le comprendía, pero todos conservaban la mirada puesta en él, con la fijeza de la incomprensión, aumentándose con esto los titubeos verbales del marino.
Buscaban muchos esta tierra en la extensión gris con la simple mirada, y sólo después de largos titubeos llegaban a distinguir un pequeño borrón negro, una línea ondulosa y corta que parecía flotar sobre las aguas como un montón de basura.
Luego, las señoras sostenían en la mano una aguja, y los jugadores corrían para arrodillarse a sus pies, procurando con angustiosos titubeos enhebrar el hilo que llevaban en su diestra. Comenzó a murmurar el público contra la monotonía de estos juegos. ¡El chancho! gritaron muchos . ¡Que pinten el ojo al chancho!
Esta madera afectaba una forma que no era desconocida para Edwin. Después de examinarla con los titubeos de un entendimiento todavía confuso, acabó por descubrir que era el brazo de un sillón. Una vez hecho este descubrimiento, todo lo demás resultó fácil para él; sus facultades despertaron instantáneamente, ayudándose unas á otras.
Su trato con Fernando infundía una nueva animación en su existencia. Parecía resquebrajarse después de cada entrevista el aislamiento en que había vivido hasta entonces, como en un caparazón erizado de púas. Y en este resurgimiento contemplábala Ojeda cada día con mayor interés. Iba revelando su pasado fragmentariamente, con titubeos de modestia, cual si temiese fatigar la curiosidad de su amigo.
Los amantes, viéndose solos, dedicaron gran parte de la tarde al arreglo de los muebles. Los habían dejado los portadores agrupados en el centro de la habitación que destinaba Isidro para despacho. Después de largas reflexiones y no menores titubeos, se dispusieron los jóvenes a colocarlos.
Examinando atentamente y con algo de mala intención las obras de nuestros novelistas, no es difícil sorprender en ellas inseguridades de desarrollo, titubeos y frivolidades de concepto, que atestiguan cuán menguado ó somero es el lastre científico de sus autores. ¿Y cómo no, cuando para muchos de ellos, todo, en literatura, es cuestión de forma?...
Su voz era lenta, con largos titubeos; notábase cierta incoherencia en sus palabras; se adivinaban sus esfuerzos para ordenar las frases y encauzar el pensamiento.
Palabra del Dia
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