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Actualizado: 16 de junio de 2025


Eneene no renunciaría, ni por la grita de la prensa, ni por la antipatía del público tornadizo, sino cuando el señor Presidente se mostrara cansado de sus servicios, y ya había para rato, pues ministro más sumiso, maleable y fiel no encontraría.

Entáblase después entre Rodrigo y el Conde un diálogo breve y rápido, copiado exactamente por Corneille; aléjanse peleando, y el Conde grita detrás de la escena: ¡Soy vencido! Rodrigo reaparece, huyendo de la persecución de las gentes del Conde, á quienes detiene la Infanta. El Rey promete á Ximena su protección, y que Rodrigo será preso.

Su pensamiento es dejarse morir de hambre. ¿Y qué puedo hacer? Venir a suplicarle. No oirá mi voz. Es la sola que oirá.... ¡No puede ser que le deje morir solo, como un can! ¡Yo no qué hacer! ¿Qué le dice su corazón? ¡Me dice tantas cosas encontradas! ¿Y ninguna grita más fuerte? ¡Ah, ! ¿Por qué no obedece esa voz. ¡Temo el pecado!...

A veces, la mujer, dueña absoluta del hogar, como lo exigen las buenas costumbres, se ve obligada á poner mal gesto y á infundir un poco de miedo á su compañero masculino, pues éste pretende usurparle sus funciones y grita que no quiere ser esclavo. Me dirá usted que así empezaron las mujeres antes de la Verdadera Revolución; pero el caso no es el mismo.

Nada le grita su papá, que Núñez se ha caído a la acequia. Naturalmente al oír esto Emilita lanza un grito desgarrador y cae desmayada en brazos de varias damas. Núñez, hecho un héroe, despreciando su propia salud, corre a socorrerla. En pocos momentos se llena la habitación de vasos de agua y salen a relucir también dos o tres frascos de antiespasmódico.

Ya oigo la eterna cantinela del prejuicio que grita a mi oído: «Es la hija ilegítima de Santiago Evrard. ¡Gastón, ésa es tu amante, es la hija ilegítima de Santiago Evrard y ése es, Adela mía, el más precioso de tus títulos.

¡Es la mentira mayor que ha conocido la humanidad grita indignado el coronel , la estafa más grande de la Historia!

Y de pronto el maestro se agita nervioso, abre anchos los ojos y grita con angustia: ¡Mi espíritu!... ¡Mi espíritu!... Sus manos se contraen; su mirada se pierde a lo lejos, extática, espantada. Y poco a poco, sosegado de nuevo, su rostro se distiende como en un sueño; la respiración se debilita; algo a modo de una espiración sollozante flota en el ambiente silencioso.

Cuando estaban don Quijote y Sancho en las razones referidas en el capítulo antecedente, se oyeron grandes voces y gran ruido, y dábanlas y causábanle los de las yeguas, que con larga carrera y grita iban a recebir a los novios, que, rodeados de mil géneros de instrumentos y de invenciones, venían acompañados del cura, y de la parentela de entrambos, y de toda la gente más lucida de los lugares circunvecinos, todos vestidos de fiesta.

Suspiró penosamente, sacudió la cabeza para echar hacia atrás una trenza que le caía sobre el hombro, y murmuró bajito, bajito, tal vez deseosa de no ser oída: Aun no he dicho todo... y debo decirlo. ¡Oyeme, por piedad! No quiero decirlo... pero el corazón me grita: ¡Habla! ¡Habla! Pues, dímelo! , Rodolfo: no soy digna de .

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