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Actualizado: 16 de junio de 2025
Parece interrogar con la mirada la vasta llanura que se extiende, sin un árbol, sin un arbusto, sumida en una obscuridad uniforme. ¡Vigila la esclusa del molino, David! grita hacia la casa con voz de trueno. Están en la pradera; voy a buscarlos. Juan deja escapar una exclamación de horror.
Volvió a su silla y cogió el libro, sonriendo con una alegría forzada. ¡Grita, buen hombre! ¡chilla, aúca! Lo siento por ti, que puedes constiparte al fresco, mientras yo estoy tranquilo en mi casa. Pero esta conformidad burlona sólo era aparente. Volvió a sonar el aullido, ya no al pie de la escalera, sino algo más lejos, tal vez entre los tamariscos que cercaban la torre.
Grandes ojos azules alargados, cabellos de plata cubiertos por una pequeña toca de encaje negro, una sonrisa dolorida, manos muy delgadas; el conjunto un poco delicado para la mujer de un hidalgo rural y, sobre todo, de un patán como ése. Me da cortésmente los buenos días, mientras el viejo grita a voz en cuello: ¡Yolanda!... ¡Eh! ¿dónde te has metido?
Por mucho menos les han partido a algunas el corazón de una puñalada... Grita: repite que harás lo que te dé la gana: yo pienso en aquel infeliz que, mientras tú hablas como una arrastrá, el pobrecito anda por ahí hecho una lástima, llorando como un chiquillo, a pesar de que es el hombre más hombre de todo el campo de Jerez.
Pero es igual; el primer advenedizo, el mozo de cordel de la esquina, el aguador que grita en este momento en la calle. Sacó del bolsillo las gafas, levantó ligeramente la cortina, examinó, a través de aquéllas, la calle de Beaune, y dijo al doctor: He ahí a un muchacho que no tiene mala cara. Tened la bondad de hacerle señas, porque yo no me atrevo a mostrar a los transeúntes mi rostro.
En la esquina grita con voz chillona la vendedora de papeles, casi andrajosa, anunciando la «Correspondencia» ó la «Iberia», y tal ó cual opúsculo del dia; y á su lado le hacen mil reverencias al pasante el mozo de cordel y el limpia-botas, anhelosos de obtener clientela.
Quiroga lo sabe todo; aviso tras de aviso ha recibido en Santiago del Estero; sabe el peligro de que su diligencia lo ha salvado; sabe el nuevo y más inminente que le aguarda, porque no han desistido sus enemigos del concebido designio. «¡A Córdoba!», grita a los postillones al ponerse en marcha, como si Córdoba fuese el término de su viaje .
Después quel Duque entendió que las galeras habían hecho su aguada, por ser ya tarde mandó retirar la gente del escaramuza, y al recoger, que se recogían al escuadrón, comenzaron á cargar los enemigos, con la grita y alarido que suelen, y acercáronse tanto, que hirieron algunos en el mesmo escuadrón. Á D. Álvaro dieron este día un arcabuzazo, andando á caballo. No le hizo mal.
¡Oh víscera escondida que sin cesar renuevas en tu fondo tu amor ardiente y hondo, sin ver que quedas para siempre herida...! ¡Oh triste corazón! ¿por qué vas ciego tropezando en las sombras del camino, cuando tu propio sino te grita: "¡Aún no! Tu ruego no llegó a su destino y tu tiempo de amar no es hoy, es luego"?
Entonces, voy a escribir encargando para ti unos a la ciudad. Bastará que me des la medida. Sí... ¿quieres? ¡mi querido, mi buen Juan!... Y de pronto, soltando su brazo, se adelanta algunos pasos y grita: ¡Atrápame! Y huye como el viento. Juan se pone a perseguirla; pero está fatigado y no puede alcanzarla.
Palabra del Dia
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