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Actualizado: 23 de mayo de 2025
En vez de tratar de amenazarme, soy yo quien tiene derecho de preguntarle por qué le encuentro a usted aquí... con ella. ¡Voy a decírselo! grité encolerizado, ardiéndome las manos de deseo de darle a ese imprudente bribón una buena y merecida lección. Estoy aquí para protegerla, porque temo por su vida. Y permaneceré aquí hasta que usted se vaya.
Porque se veía obligado a estarlo contestó Hales, con un movimiento misterioso de cabeza. Existían razones para que él no asomase a la luz su rostro. Yo mismo me quedo asombrado de ver cómo se ha atrevido ahora a mostrarse. ¡Qué! grité ansiosamente, ¿acaso lo necesita la policía?
Aquí están los primeros cheques sobre Bhering and Brothers de Londres... Letras a treinta días sobre Rothschild. A este nombre, resonante como el mismo oro, salté velozmente del lecho. ¿Qué es eso, señor? grité.
Y asiendo su silla, que a duras penas pudo levantar del suelo, se acercó a nosotros. Era aquel un auxilio inesperado. ¡Adelante! le grité. ¡Un golpe con la silla! Dechard me dirigió una estocada furiosa, que apenas pude parar. ¡Adelante! volví a gritar al Rey. ¡Pronto, pronto! El Rey lanzó una carcajada y se adelantó de nuevo, empujando la silla.
Un siniestro presentimiento me asaltó. ¿Dónde está Marta? exclamé adelantándome hacia él. No lo sé. Se hubiera dicho que cada una de las palabras que pronunciaba iban a ahogarlo. Ni siquiera me dio la mano. Papá salió detrás de él. Mamá se había levantado y los tres se quedaron allí parados, estrechándose las manos como en un entierro. ¿Dónde está Marta? grité otra vez.
Al ver que llegaba la mañana y no aparecía, la pobre estaría desesperada, pensando que quizá me habría ocurrido alguna desgracia. Comenzaron a salir las lanchas pescadoras. Grité, pero iban demasiado lejos para que me oyesen; tampoco era fácil que me pudieran ver.
El bueno de Oñate, que hay que despertarlo á tiro de fusil, se volvió del otro lado, pidiendo le dejaran de volcán, de Sungay y de expediciones; Ordóñez, acostumbrado á desechar la pereza en la ruda campaña del marino, puso los huesos en punta, y yo le grité á Oñate en todos los tonos: ¡Vamos! ¡arriba! la laguna nos espera! dando por resultado el que el interpelado tras un largo bostezo se incorporara en la cama.
¡Que Dios me libre de ello! grité deshaciéndome, pues sentía que iba a caer en sus brazos. Y él continúa: Olga, si alguna vez te he hecho daño... ¿cuál, no lo sé? Pero debe de ser así, de lo contrario no me rechazarías de esa manera; tu mirada, tu actitud entera, serían menos duras para mí... Si, pues, te he hecho daño, Olga, no ha sido culpa mía; nunca he tenido sino buenas intenciones para ti.
Pero con eso no me enteraba yo bien de lo que platicaban: lo que vine a sacar en limpio fue que aquél sería el general de don Carlos, porque ella le decía padre, pero él no la quería reconocer por hija, por más que ella se lo pidió de rodillas. ¡Bien hecho! le grité , duro a la embustera descarada. ¿A qué te metiste en eso? le dijo su abuela.
¡Es una vergüenza, una abominable vergüenza! grité encolerizado. Sabemos que este hombre es un aventurero, y, sin embargo, somos completamente impotentes para poder proceder añadí con amargura. ¡Pobre Mabel! suspiró la viuda, que realmente era muy apegada a ella.
Palabra del Dia
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